JMJ de Río
Un valor supremo
Un año más, miles de personas se dieron cita en Madrid para respaldar una institución capital con su participación en la Misa de las Familias, oficiada por el cardenal Rouco Varela y que, como es habitual, contó con el mensaje televisado en directo del Santo Padre. El Papa reivindicó el vínculo familiar y su aportación en tiempos tan adversos: «Pidamos que la familia siga siendo un don precioso para cada uno de sus miembros y una esperanza firme para toda la humanidad». El encuentro de la Plaza de Colón ha sido un ejemplo de compromiso y un testimonio de fe. Las voces que hoy discuten el papel superior de la familia en la lucha contra la crisis en una comunidad con las carencias económicas e incluso morales de la nuestra son la excepción. ¿Alguien puede imaginarse lo que habría sido de este país sin ese arraigo familiar que lleva implícito un esfuerzo sin límites de cercanía y solidaridad? La familia, con contribuciones clave como las de la Iglesia católica, ha llegado adonde las administraciones públicas no lo han hecho o, como en el caso de algunas, ni siquiera lo han intentado. Ha superado los embates y ha salido robustecida como valor supremo para una inmensa mayoría de españoles. El CIS ha dejado constancia de ello. Al ser preguntados sobre el aspecto que más importancia tiene en sus vidas, los ciudadanos la situaron en primer lugar, con una puntuación media de 9,63 sobre 10 puntos, muy por encima de la salud o el trabajo. Pese a todo, el cardenal arzobispo de Madrid, Rouco Varela, ha reiterado estos días la desatención de la institución en las políticas públicas y ha reclamado un cambio. Sus palabras han reflejado una verdad que no podemos ni debemos soslayar. El Gobierno es el principal responsable de articular y concretar ese apoyo a una institución abandonada por las administraciones socialistas. El Ejecutivo ha dado un paso al frente este mismo mes con la creación de una comisión para desarrollar un Plan Integral de Apoyo a la Familia. Es un avance, pero es preciso mucho más. El tiempo corre y las necesidades y las urgencias crecen. En su homilía, Rouco Varela recordó ayer la tragedia del aborto y apeló a la familia para acabar con ella. En este terreno, hay que exigir al Gobierno que acelere la nueva regulación que debe proteger el derecho a la vida, amparar al no nacido y velar por la madre. El cardenal enfatizó además que sin la verdad del matrimonio, de la familia, «la sociedad se desintegraría». Y tiene razón. Sus principios y su espíritu representan lo mejor de nuestra comunidad. Sobre ellos asentamos no sólo una convivencia pacífica y libre, sino también sostenemos la esperanza de un futuro mejor. En la medida en que entendamos como una misión personal y colectiva el vínculo inalterable con la institución, estaremos más cerca de superar la adversidad.
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