Galicia

Urge medidas contra los pirómanos

La Razón
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Hemos vuelto a no saber resolver la ecuación del fuego. Y esta vez, más allá de los terribles daños materiales, con víctimas mortales. Los ingredientes perfectos para la expansión del fuego se han combinado estos días en amplias zonas de Galicia, Asturias y Portugal: calor, baja humedad ambiental, vientos, un territorio escarpado... y la mano de incendiarios. No es momento ya para lamentarnos de nuestra mala suerte. ¿Alguien ha visto o tiene constancia de ver a una o varias personas en prisión por haber quemado media España? Ya está bien, por otra parte, de oír a nuestros políticos afirmar ante las cámaras que los incendios se apagan en invierno limpiando los bosques si tampoco van a hacer nada ahora. O el año que viene, para el año siguiente. Ahora, y no más tarde, es el momento de afanarse en organizar las limpiezas de los montes: con desempleados, con voluntarios ecologistas, con quien quiera o pueda. Pero urge resolver un problema que es una bomba de relojería para el final del verano o el otoño próximo. Los cambios en el clima, también de los fuegos, está aquí. Una realidad que, por más extraña que nos parezca, ha llegado para quedarse: la desestacionalidad de los incendios. Algo que es un factor de riesgo añadido porque parte de los equipos de emergencia ya no están operativos. Por eso los incendios en octubre son muy peligrosos. Las cifras de la desolación que lleva aparejada el fuego nos alcanza a todos. Sólo en 2015 ardieron 12.000 hectáreas. Y si echamos la vista más atrás, en los últimos cuarenta años el fuego ha afectado 1,6 millones de hectáreas en Galicia. Más de la mitad del territorio gallego ha ardido desde 1976 hasta 2016, según datos del Ministerio de Agricultura. Una cifras para recordar y concienciar a los ciudadanos. Esos mismos ciudadanos que comienzan a ver los fuegos como «un problema de seguridad nacional», después de que desde el pasado jueves se registraron más de 200 incendios en Galicia. Una urgencia en la respuesta a un problema colectivo que ha llevado al propio presidente de la Xunta a afirmar que los autores son «terroristas incendiarios» y que «Galicia está harta» de unas prácticas que les llevan a quemar el bosque al atardecer para, de manera premeditada, obstaculizar los trabajos de los bomberos y los retenes antiincendios. Y en medio de esto, la utilización política del drama de los incendios, de la devastación, de los fallecidos. Todo para construir un discurso contra los que ahora gestionan la lucha contra los fuegos. En esa dinámica está la exigencia de una comparecencia de la ministra de Agricultura en el Congreso para que explique la gestión de esta crisis medioambiental, la reclamación de Podemos a la Comisión Europea para que investigue si España «incumple la legislación europea de protección y gestión forestal por los incendios en Galicia y Asturias», o los ataques en las redes sociales al presidente Núñez Feijóo tergiversando la situación de incendios en Galicia con otros asuntos como el desafío soberanista en Cataluña por parte de esa misma izquierda que no desaprovecha la posibilidad de inventar y construir un relato, que tan buenos réditos en propaganda les dio, como el de «Nunca Mais». Ahora los fuegos se han convertido en terreno baldío para construir un discurso de mentiras con el que llevar a cabo una política de acoso y derribo al oponente. Dicen que no enjuician su gestión directa, pero se apoyan en elementos exógenos a su función institucional para construir un relato que haga mella y destruya los logros del trabajo de los responsables públicos. Son incendiarios políticos que levantan sus discursos sobre los rescoldos de la tragedia.