
Apuntes
Elma Saiz o la celebración de la miseria
No se entiende la alegría del Gobierno porque crezca el número de pobres en España
Anda la ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, sacando pecho porque las prestaciones del Ingreso Mínimo Vital han alcanzado una nueva marca en junio de este año, con 111.000 beneficiarios más que en el mismo mes del año anterior. Supone, explica feliz la ministra, un incremento del 17,8 por ciento en el número de hogares asistidos, con una nómina global de unos 5.100 millones de euros al año, para unas ayudas medias de 522 euros al mes, lo que, por supuesto, no te saca de pobre, pero ayuda a esas familias con hijos pequeños condenadas a la precariedad de un mercado laboral cada vez más difícil para los trabajadores y los pequeños empresarios, comidos a impuestos. Otro día les traeré las cifras de los «contratos cerilla», esos contratos «indefinidos» que apenas duran una semana y el número de personas con prestaciones sociales que figuran como cotizantes a la Seguridad Social, aunque no trabajen. También, si les parece, hablaremos del maquillaje estadístico de los fijos-discontinuos, obra maestra de la precariedad laboral debida a la vicepresidenta Yolanda Díaz, la ministra del extraño prestigio, -que, si fuera un poco menos de izquierdas, probablemente, hoy estaríamos debatiendo sobre el retorno a la esclavitud- y de la vuelta de la entrañable figura del pluriempleo que, entre otras gracias, nos dejó a los españoles la costumbre franquista de comer a las tres de la tarde. Ahora, sin embargo, parece oportuno destacar el trompeteo de los medios de propaganda gubernamentales con los «éxitos» del Ingreso Mínimo Vital, algo que no deja se suscitar asombro ante la alegría socialista de ver cómo en España no deja de crecer la pobreza, especialmente, la infantil, y cómo son las mujeres las más afectadas por la precariedad laboral. Para un gobierno que se proclama feminista y que nos machaca con la pretensión de que son los mejores desde Alfonso X el Sabio y dirigen un país en el que la economía va como un cohete, el asunto no deja de tener su gracia. No es la primera vez que un gobierno del PSOE confunde el termómetro del Ibex35 con la realidad social de la Nación
-hay que acordarse de aquel «España es un país en el que te puedes hacer rico rápidamente», enunciado de la cultura del pelotazo de la era de Felipe González-, pero sí el que se celebre el aumento de la pobreza, que tiene tintes de convertirse en estructural, y, si no, que se lo pregunten a las gentes de Cáritas. Me dirán que, total, el IMV no es más que chocolate del loro, 522 millones de euros en el mes de Junio, una cifra ridícula frente a los 1.851 millones de euros que apoquinó el SEPE en prestaciones por desempleo, y no les faltará razón, pero el problema no es si lo podemos pagar o no -son ya más de 15.000 millones de euros desde que entró en vigor-, sino la sospecha de que es un instrumento perverso que ayuda a cronificar la pobreza, que facilita el trabajo en negro para beneficio de esos empresarios inmorales, que también los hay, y que se presta a la normal picaresca de quienes andan siempre en el filo de la navaja vital. Todo ello, en un país donde la inflación y una ausencia de política de vivienda criminal está haciendo estragos entre los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Pero, ahí la tienen, doña Elma tan contenta.
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