Tribuna

Epicteto y su recepción hasta nuestro Quevedo

Que con su influencia en el judeohelenismo, neoplatonismo y cristianismo, en un largo recorrido que llega hasta el Renacimiento y el Barroco de Lipsio o de nuestro Quevedo, Epicteto aparece como un autor imprescindible de la larga historia posterior del estoicismo

El llamado Manual del ex-esclavo Epicteto reúne la doctrina estoica de este gran filósofo de época romana que, junto con el cónsul Séneca y el emperador Marco Aurelio, forma la tríada imprescindible del estoicismo romano, variada tanto en su aproximación literaria como en su extracción social, pero de común ímpetu filosófico. El Manual recoge un resumen de sus lecciones orales a cargo de su entusiasta discípulo Arriano, que consideraba esencial transmitirlas para la salvación a través de la filosofía. Este pensador, al que he traducido recientemente en un volumen de próxima aparición en la editorial Arpa, representa un caso inaudito de éxito desde su propia época –lo conoció seguramente Adriano y lo cita Marco Aurelio– hasta la posteridad neoplatónica y cristiana.

Desde la adaptación tardoantigua de la filosofía pagana, habrá varias paráfrasis cristianas de su Manual: estos textos serán muy importantes a partir del redescubrimiento de Epicteto en el tardío medioevo y en el Renacimiento y darán carta de naturaleza, junto con la interpretación cristiana de Séneca, para un neoestoicismo de cuño cristiano. En este sentido, desde las traducciones latinas de humanistas italianos del quattrocento, como Nicolò Perotti y Angelo Poliziano (1450 y 1497), se empieza a difundir entre los humanistas cristianos, calando en personajes tan dispares como Erasmo de Rotterdam, Ignacio de Loyola y, sobre todo Justo Lipsio (1547-1606), que escribirá parte de su obra acerca de la filosofía estoica tratando de vincular su ética al cristianismo. Los ecos de Epicteto, su figura y su obra son muy variados. Por ejemplo, el citado Erasmo, que parafrasea su título en su Enchiridion militis christiani, mientras que Juan Luis Vives lo usa en su Introductio ad sapientiam y en Collectanea moralis philosophiae y Montaigne es deudor de su pensamiento en sus Ensayos. La filosofía moral desde el final de la edad media al barroco intentará conciliar el estoicismo, sobre todo senequiano, con el cristianismo. Sobre todo en esta época de guerras de religión. El momento álgido del neoestoicismo lo marca la publicación del De constantia de Lipsio (1584) y la traducción francesa de Guillaume Du Vair (1586).

Hay que decir que la rehabilitación renacentista de Epicteto fue muy importante en España, donde el Manual se publica por primera vez en 1555 con una edición del texto griego de Hernán Núñez llamado «el Pinciano», el gran helenista de la Universidad de Salamanca, y una versión latina a cargo de un estudioso italiano, Jacobo Ferando, con los oficios impresores de Alejandro Canova, en el marco del Colegio Trilingüe de Salamanca, creado en 1511 para el estudio del latín, el griego y el hebreo. Un año después recibe a Epicteto el dominico Luis de Granada, que incorpora máximas y citas en sus sermones y en su Guía de pecadores (1556). No tardaron mucho en aparecer traducciones castellanas de Epicteto, la de Francisco Sánchez de las Brozas, llamado «el Brocense», catedrático en Salamanca desde 1573, se publica en 1600. Es una traducción muy libre, que viene a enmendar de alguna forma la más apretada al texto de Gonzalo Correas, catedrático de griego desde 1601, que publica en 1630 en Salamanca junto con la Tabla de Cebes y su propuesta de renovación de la ortografía castellana.

La tercera versión, más interesante para nosotros, es esta vez en verso y a cargo del gran Francisco de Quevedo y Villegas, publicada en 1635, en Madrid y Barcelona, junto con el texto de Focílides. Es una buena prueba del conocimiento del griego del gran poeta madrileño, y de su interés, en la línea de Lipsio, por un nuevo estoicismo cristiano. Quevedo publicó junto con su versión una defensa de los estoicos contra Plutarco, y otra de Epicuro «contra la común opinión». A partir de él, Epicteto tendrá cierta influencia en la literatura y en la historia de la traducción en España, como han estudiado Menéndez Pelayo y más recientemente Fuentes González, con alguna otra traducción como las de Pedro de Rúa y Antonio Brum, aún en el siglo XVII, o la de José Ortiz y Sanz, también traductor de Marco Aurelio, a finales del siglo XVIII. En cuanto a las Disertaciones o Diatribas de Epicteto cabe mencionar la traducción de algunos pasajes como Las Pláticas de Epicteto a cargo del humanista Pedro de Valencia (1555-1620), discípulo del Brocense, como ha estudiado Nieto Ibáñez, junto con su tradición anterior y la influencia en otras obras suyas.

En suma, que con su influencia en el judeohelenismo, neoplatonismo y cristianismo, en un largo recorrido que llega hasta el Renacimiento y el Barroco de Lipsio o de nuestro Quevedo, Epicteto aparece como un autor imprescindible de la larga historia posterior del estoicismo. Hay que ponderar especialmente la traducción en verso castellano del Manual de Epicteto, por el gran poeta Quevedo, que quería que nos quedaran grabadas a fuego las máximas de ese sabio filósofo del estoicismo que pueden hacer nuestra vida mucho más libre. El propio Quevedo lo creía así y esgrime en su introducción a su versión en verso, como principal razón de haberla realizado, la siguiente: «Hícela en versos consonantes, porque el ritmo y la armonía sean golosina a la voluntad y facilidad a la memoria». En un texto posterior daremos detalles de esta excelente traducción, muestra del estoicismo de Quevedo y hoy lamentablemente dejada de lado.