A pesar del...

Escepticismo fiscal

Los trabajadores españoles no condenan crecientemente los impuestos por la propaganda liberal sino por su experiencia directa

Hay preocupación en la izquierda porque cada vez más gente rechaza los impuestos. Los progres rasgan sus vestiduras y proclaman solemnemente que se ha roto el «contrato social». Ni se les ocurre pensar que igual lo que ha pasado con los impuestos es que han subido, y que no puede haber un contrato si no existe la posibilidad de no firmarlo.

Editorializó melancólico El País: «Hacienda seguimos siendo todos», sin percibir que lo somos porque si no lo somos podemos acabar en la cárcel. Sigue desbarrando con la idea de que el rechazo fiscal se debe a que los servicios públicos se han deteriorado por los recortes y «décadas de rebajas de impuestos». Décadas, señora. ¿A que no lo ha notado usted? Tras acusar a la derecha de «zafiamente populista», cuando simplemente se ha dado cuenta de que la gente no se traga el populismo progre, termina pidiendo a las autoridades «explicar claramente que los impuestos son el precio que pagamos por tener un Estado social y democrático de derecho, con servicios de calidad para todos los ciudadanos», cuando los impuestos no son ningún precio y no los pagamos por tener al Estado sino porque ese Estado que ya tenemos nos fuerza a hacerlo.

Ángel Munárriz se inquieta porque el discurso antiimpuestos «fomenta la desconfianza en cualquier forma de solidaridad», y es agitado por los que ganan mucho «y por tanto» rechazan los impuestos. Falso. No hay solidaridad genuina si no es libre, y millones de modestos trabajadores están fiscalmente hasta las narices.

Mucho más acertada, Estefanía Molina observó que en nuestro país hemos tenido: apagón, dana, caos ferroviario, incendios, cesta de la compra y vivienda por las nubes, y corrupción. Y además, impuestos, que han subido porque el Gobierno autodenominado progresista no ha deflactado la tarifa del IRPF. «Sólo la franja mayor de 65 años recibe actualmente más de lo que aporta al Estado. Para el resto, el saldo es negativo».

Eso es lo que está pasando, y al final la gente se da cuenta. Por eso concluyó Juan Ramón Rallo en LA RAZÓN que los trabajadores españoles no condenan crecientemente los impuestos por la propaganda liberal sino por su experiencia directa: «lo llamativo no es que un tercio de los jóvenes piense que sin impuestos viviría mejor. Lo llamativo es que todavía dos tercios sigan sin pensarlo».