El canto del cuco

La España alegre y confiada

Pocas veces el contraste entre la España política y la España de la calle ha sido tan llamativo

Sólo una minoría de españoles se preocupa de la situación política. La gente vive más pendiente de las Olimpiadas que del Consejo de ministros. Una amplia mayoría aspira sólo a desconectar de todo y a disfrutar de las ansiadas vacaciones. Las playas están abarrotadas. Los pueblos de la España interior se llenan de visitantes. En la costa se dispara el precio de los alquileres. Hay una invasión de turistas extranjeros. Te los encuentras en todas partes. Los chiringuitos no dan abasto. ¡Tres cañas! ¡Otra de gambas! En los restaurantes hay que reservar con tiempo. En los hoteles no quedan habitaciones. El alegre rostro de la calle contrasta con la cara oscura de la política. Lo de Cataluña queda muy lejos. Illa y Puigdemont aburren. Pocas veces el contraste entre la España política y la España de la calle ha sido tan llamativo. La desconexión entre ellas es evidente. Se percibe mejor tumbado bajo la sombrilla.

El Gobierno aprovecha esta imagen de una España alegre y confiada para reafirmarse en lo que hace, sea lo que sea, y sentirse seguro. Se apropia de la efímera felicidad de la gente en vacaciones. Es, junto al fantasma de la extrema derecha, su gran argumento para capear la oleada de crítica que le llega desde los medios de comunicación. Está pensando en acabar con ellos. Sánchez se atribuye todos los méritos en el funcionamiento de la economía, que, como se sabe, va como un cohete. Las críticas de los entendidos le resbalan. El hecho es que ha conseguido vender la versión sin claroscuros de que aquí reina, con él, el progreso y la prosperidad. Lo de menos es que sea mentira. Mucha gente se lo ha creído. Mientras, la oposición se pierde en bravatas y no es capaz de ajustarle las cuentas.

El hecho es que hay millones de españoles que, a estas alturas, se fían aún de Pedro Sánchez. No les preocupa la quiebra del sistema democrático, con tal de que haya un cierto orden y un razonable bienestar. ¡Como en el tardofranquismo! Hemos vuelto al pragmatismo predemocrático. La política está desprestigiada como entonces. Los más conscientes de la situación estamos esperando, como entonces, que se cumplan «las previsiones sucesorias». Pasa el tiempo y esperamos en vano. La inmensa mayoría está a lo suyo. «-Nuestro español bosteza. ¿Es hambre? ¿sueño? ¿hastío? Doctor, ¿tendrá el estómago vacío? -El vacío es más bien en la cabeza». Me parce que algo de eso ocurre. Lo percibió en su día con buen ojo don Antonio Machado. Basta abrir los ojos y ver pasar la charanga.