
Parresía
La España que no funciona
Gobernar un país debería implicar obligatoriamente un respeto a sus instituciones y al resto de poderes.
Cuesta septiembre, en todos los sentidos y órdenes. Pero aquí estoy de vuelta para deciros, básicamente, que deberemos armarnos de paciencia este otoño, hay que aclimatarse a lo que viene. De entrada, los precios de todo siguen subiendo, el problema de la vivienda –compras, alquileres– se sigue complicando y ya nos ha confirmado el ministro Óscar Puente, por si no lo habíamos notado, que no podemos confiar en la red ferroviaria española de la que tanto presumimos tiempo atrás. ¿Recordáis cuando, hace dos décadas, éramos la envidia del turismo del primer mundo y estábamos en boca de líderes como Barack Obama, por nuestra red de alta velocidad? Todo aquello se esfumó.
Afirma ahora Óscar Puente que nos esperan tres años más de caos, ¡tres! Olvidemos definitivamente la puntualidad británica de nuestros AVES y no AVES, ya solo nos queda la opción de aceptar el desastre. El deterioro de los trenes y de sus infraestructuras, la convivencia con nuevos modelos, el robo de cobre, los fallos informáticos, de acuerdo… Puente ha expuesto un abanico de situaciones que han degenerado en esta especie de fallo multiorgánico que sufre mi medio de transporte favorito (hasta hoy). Pero apenas ha desprendido autocrítica su discurso. Y visto lo visto, no esperemos jamás que se plantee el susodicho dimitir en el país en el que esa palabra se ha vuelto un imposible.
Si os ocurre lo que a mí y tenéis que desplazaros regularmente desde una gran ciudad a una provincia lejana, al descartar el tren y elegir el coche os encontraréis con un paisaje ibérico peligroso, de carreteras abandonadas, salpicadas de baches (el 52% necesitan ser arregladas). Debería comentar algo Puente de cuál es su estrategia para restaurar kilómetros y kilómetros de asfalto roto, en estado lamentable. Te los encuentras sin necesidad de circular por carreteras secundarias.
Con este sombrío panorama, la posibilidad de desplazarte en avión cobra más sentido, aun sabiendo que te saldrá mucho más cara. Y entonces, vas y te topas con Ryanair y su guerra absurda. Y descubres que el aeropuerto que te interesa se queda prácticamente sin combinaciones.
Gobernar un país decentemente significa poder solventar los problemas cotidianos de su población. Cuidar de que funcionen sus servicios básicos, invertir en ellos (transportes, educación, sanidad). Y cuando eso no es así, se resiente la propia marca España. Gobernar un país debería traducirse en una estabilidad parlamentaria que permita aprobar unos Presupuestos. Aquí llevamos años sin que eso sea posible, acudiendo a Waterloo si hace falta, mendigando siete escaños. Gobernar un país debería implicar obligatoriamente un respeto a sus instituciones y al resto de poderes. Hoy veremos hasta qué punto se escenifica la ruptura del Gobierno con el Poder Judicial. Hoy habrá show en esta España que no funciona.
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