Cuaderno de notas
Esta cosa del barro
Sánchez ha salido a quejarse de los que embarran la campaña. Hay barro, dice, un poco como cuando entran los perros de la calle en casa y te manchan la alfombra
Apunté en mi cuaderno que en Madrid empezó a caer una lluvia mansa, abundosa y caliente, una lluvia de las que le dan sentido a la lluvia. Llovía sobre los escritores de la feria del libro que esperaban a firmar en una soledad de charcos, sobre los candidatos a las elecciones, sobre el cierre de campaña que se suspendió en Maracena, llovía sobre los besos de los enamorados y sobre la decisión de la Fiscalía Anticorrupción de investigar la compra de votos en Melilla porque afecta a la manifestación de la voluntad popular.
En Ferraz llueve más que en Blade Runner. Sobre el tejado ruge un chaparrón de supuestas compras de votos en ayuntamientos y otras monerías del código penal. Se aparecen en las portadas, variadas y heterogéneas, pero que adquieren, no me pregunten cómo, una coherencia de relato que hoy puede vaciar las urnas del PSOE. Después del presunto intento de secuestro de una concejala de Maracena ideado por el número tres del socialismo andaluz, uno de la lista de Valencia resultó detenido por pertenecer a los Latin Kings. Así se ha ido subrayando esta cosa nueva del sanchismo por la que el partido de los corazones ahora parece una partida del «Grand Theft Auto».
Los escándalos salpican el mapa de Españita aquí y allá en una geografía aleatoria como si se arrojaran sobre el lienzo de Miquel Barceló, pero se amalgaman en una curiosa coreografía en la que se suceden lo grave y profundo con lo chabacano y divertido. Así se sabe que han denunciado a la alcaldesa de Sos del Rey Católico por pinchar la luz del ayuntamiento durante doce años y parece –no me pregunten cómo– la misma cosa que cuando se investiga si en Albudeite (Murcia) los socialistas compraban votos a cambio de droga. Toda esta crónica de sucesos proyecta sobre el sanchismo una sombra de criminalidad por momentos indefendible más allá de la conspiranoia y en otros momentos definitiva que probablemente sea fruto de la casual coincidencia en el tiempo de los acontecimientos, pero que tiene el punto de fuga tan lejos que hay gente esperando noticias sobre votos comprados y tráfico de órganos.
Sánchez ha salido a quejarse de los que embarran la campaña. Hay barro, dice, un poco como cuando entran los perros de la calle en casa y te manchan la alfombra. El barro de Sánchez, como la polarización, supone un refugio argumental de la izquierda. En esta país, si uno de la derecha dice una barbaridad –que las dicen–, es la derecha diciendo barbaridades, pero si la dice uno de la izquierda, es que hay polarización. Todos la sufrimos. Todos tenemos un poco la culpa. Los periodistas, los jueces, los toreros, los porteros del barrio de Salamanca.
Ahora se está embarrando Españita, dicen, y se diría también una cosa ambiental, climatológica. No ha sucedido que equis sitios se hayan robado y comprado votos; es que nos hemos enfangado un poco como cuando metes el pie en un charco, un poco como cuando pisas una caca y, chico, qué le vas a hacer. El barro se aparece aquí como una calamidad, un fastidio, como mucho, pues todos nos hemos visto en este barro que no nos deja mirar el cielo límpido de después de la tormenta, tan transparente, ese firmamento que cruza el Falcon de Sánchez rumbo al futuro de la democracia. Porque llovió, hay barro y estamos todos en esto, tú y yo, equivalentes en nuestra miseria desgraciada, en nuestra censura del fango de la que nadie se libra, ni los que compran votos, ni los otros, ya sabes, siempre quejándose.
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