Parresía

Este PSOE

Sánchez, experto en el arte de cambiar de opinión según le convenga, nos dice que va a ser «coherente con la política de normalización en Cataluña», y se queda tan pancho

Mantenerse en el poder, al precio que sea, en este PSOE, equivale ahora mismo a ser «progresista». Hablar de deslealtad, en este PSOE, significa referirse a quienes, entre los suyos, discrepan con las decisiones del líder. Ya vimos la semana pasada que Ferraz expulsó a un histórico como Nicolás Redondo Terreros por oponerse públicamente a amnistiar a los líderes del Procès, y ahora señala por lo mismo a Felipe González y Alfonso Guerra. No tendrán lo que hay que tener para echarles pero, más allá de lo visto, ¿cuántos sobran en este PSOE? ¿Qué porcentaje real de militantes y de votantes socialistas se sienten defraudados por las cesiones de Pedro Sánchez al independentismo?

Cuando dos pesos pesados como González y Guerra se revuelven públicamente, sin rodeos, contra las maniobras del presidente en funciones para ser investido, mucho ruido interno tiene que existir en las filas de su partido, aunque no trascienda. En cualquier caso, todo indica que no tendremos ocasión de comprobar hasta qué punto ha hecho mella, en este PSOE, sus regalos al independentismo y al nacionalismo. Unas fuerzas políticas minoritarias que de hecho, en el Hemiciclo, solo se traducen en 26 de los 350 diputados.

El CIS vuelve a acariciar al líder Sánchez pero éste no contempla, ni de lejos, una repetición electoral: tiene la mayoría que necesita en el Congreso para volver a ser investido –lo acabamos de comprobar al aprobarse la reforma del reglamento de la Cámara para el uso de las lenguas cooficiales– y ya, desde Nueva York, nos adelantó esta semana que evitaría una vuelta a las urnas, que buscaría votos debajo de las piedras.

Paradójico que no les haga ascos a esos que quieren independencia política y económica, a esos que se inventan deudas históricas surrealistas y, en cambio, ignore al PP, la fuerza política constitucionalista que ganó las últimas elecciones generales.

Veremos este domingo, en el acto que ha organizado Núñez Feijóo contra la amnistía, el tamaño del músculo popular, en vísperas de una investidura que no saldrá adelante, según todos los indicadores. Y luego le tocará a Pedro Sánchez pronunciar la palabra mágica que ansía Puigdemont. ¿Lo llamarán amnistía o le pondrán otro nombre al regalo? Ya sabemos, por ERC, que el PSOE la firmó con ellos el pasado 17 de agosto, a cambio de aprobar la composición de la mesa del Congreso.

Sánchez, experto en el arte de cambiar de opinión según le convenga, nos dice que va a ser «coherente con la política de normalización en Cataluña», y se queda tan pancho. En este patio de negociaciones inauditas, el único que persiste en su argumentario, mal que nos pese, se llama Carles Puigdemont.