Cuaderno de notas

Fascinación por «Tito Bernie»

Robar para llevar a un país a la ruina por no sé qué chaladura, siempre es peor. Si me dan a elegir entre los pirados de Cataluña y estos mangantes, me quedo con Tito Bernie; dónde vas a parar

Apunté en mi cuaderno la figura tan literaria de Tito Bernie, Juan Bernardo Fuentes Curbelo, diputado del PSOE por Canarias detenido por una trama de mordidas a empresarios a cambio de favores políticos bautizada asépticamente como Caso Mediador. Se ha sabido que, presuntamente, se traían a los empresarios a Madrid, los llevaban al Congreso a untarles, a la dirección de la Guardia Civil para impresionar y después, de putas y fiesta. Yo creía que la gente venía a Madrid a ver el Rey León, el Museo de Cera y el Bernabéu. De vez en cuando, algún desaprensivo me sigue preguntando por dónde se sale en Madrid y me encojo de hombros, me doy media vuelta y me voy humillado porque hace tanto tiempo que ya no sé. Los casos de grandes fastos que en los periódicos generan una alarma e indignación desmedidas como de escandalizarse por Froilán saliendo de un áfter de la trasera de un club, me suscitan la envidia de los tiempos pasados, de la juventud perdida y de los que aún tienen pelo.

En esta trama de corrupción socialista hay más literatura que en lo de Melville. El mote de Tito Bernie ya se impregna casi sin quererlo de la familiaridad propia del cohecho y de algo patriarcal casi de honor gitano. Aquí se viene el Tito como la persona querida a la que habría rendir honores aunque solo fuera por los lazos familiares y por el poder. Recuerdo una noche en un local de moda de Madrid en el que me vi en una conversación entre un juez y un patriarca gitano en la que el que mandaba era el patriarca. Después, se aparece «El mediador», que es un nombre frío, práctico, nada personal: el tipo que organiza. También había por ahí un general de la Guardia civil al que llevaban a los pardillos de los empresarios presuntamente para que supieran quién mandaba allí. Lo llamaban «Papá» y al parecer, su empeño era que colocaran en alguna empresa a su amante canaria, apodada «Chocho volador» vaya usted a saber por qué. También utilizaban nombres en clave para que la policía no se enterara, como si no fuera a enterarse, y llamaban «bolígrafo» al dinero: «Dile a fulano que traiga bolígrafo», decían.

Leída la transcripción de algunos de los mensajes, todo viene maravillosamente impregnado de la épica irresistible del trinque de los años 80 que parecía perdido «a jamais». Tanta obra en B, tanto traje, tanto estudio no realizado, tanto pitufeo.... Aquí funciona la vieja ley del «Dame un maletín de pasta y yo a cambio te entrego una concesión», que así es como se ha trincado toda la vida de Dios.

Hay que entender las debilidades del ser humano antes que sus delirios de grandeza. Desde que el hombre es hombre, ha buscado hacerse rico, ponerse pedo y encamarse. Que alguien persiga la consecución de la triada del éxito no debería de despertar sorpresa alguna. Aquí se reivindican las pulsiones naturales y hasta cierto punto comprensibles de la persona, por censurables que resulten. Cuando alguien me dice que no le gusta el dinero, empiezo a sospechar. Ese atenuante de la malversación sin ánimo de lucro que se ha fijado en el Código Penal resulta terrible. Si no quieres la pasta para ti, es que la quieres para cosas peores. Si al menos uno robara para pegarse una fiesta, bueno, sería de entender. Pero robar para llevar a un país a la ruina por no sé qué chaladura, siempre es peor. Si me dan a elegir entre los pirados de Cataluña y estos mangantes, me quedo con Tito Bernie; dónde vas a parar.