Letras líquidas

Feijóo y el punk en el Congreso

La forma de relacionarse con el contrincante o adversario revela la capacidad de gestionar ideas, convicciones o argumentos, pero también es el indicador definitivo que determina el alcance del apego al Estado de derecho

Las revoluciones ya no son lo que eran. Reconozcámoslo. Con Occidente acomodado en el siglo XXI, acelerado, digitalizado y algo edulcorado, la predisposición a convertirse en una mera reedición de revueltas pasadas se consolida: eslóganes modernizados en camisetas, reivindicaciones de ayer, ancladas en buscar la playa bajo el adoquín, o ritmos partisanos entonados a coro desde cómodos sofás frente a plataformas de entretenimiento. Sin rastro de la pulsión subyacente al rupturismo ansioso por alterar el «statu quo». Será el signo de un nuevo tiempo o será, quizá, que se ha instalado entre nosotros un cierto aburrimiento de lo gamberro. Los gestos transgresores son cada vez más «establishment». Lo hemos visto esta semana en las sesiones de investidura: ni libros sobre cohetes que huyen al espacio estratégicamente colocados en el escaño ni intervenciones «golpe de efecto». Lo alternativo, lo que apela al cambio, se ha filtrado a través de otros detalles:

1. En la defensa de la liturgia institucional. La importancia de seguir los cauces y los protocolos resulta relevante no solo por el orden en los ritmos organizativos sino por el trasfondo de cortesía a las normas que nos hemos dado. Una investidura, salga o no adelante, es uno de los momentos más trascendentes de construcción política. Los representantes de la soberanía nacional deciden quién tiene capacidad para formar gobierno y sus discursos y debates asumen el máximo valor democrático. Y así deben ser contemplados.

2. En la protección del legado constitucional. Un país con nuestra historia, sacudida por bruscos giros estructurales, no puede permitirse el error de obviar el episodio que ha asentado el ciclo contemporáneo más provechoso de progreso, estabilidad y brillo internacional. El sistema del 78, tan denostado por algunos que intentan borrarlo, requiere un cuidado extremo como soporte de la España que conocemos, con sus valores de concordia o entendimiento, cuestionados ahora por su aura de ingenuidad.

3. En el respeto por el rival político. La forma de relacionarse con el contrincante o adversario revela la capacidad de gestionar ideas, convicciones o argumentos, pero también es el indicador definitivo que determina el alcance del apego al Estado de derecho y a las reglas básicas de la convivencia por parte de los gestores de lo público.

Y, todo esto, que puede resultar tan evidente o tan antiguo, es hoy, en realidad, lo vanguardista en la política española. Si estos rasgos son revolucionarios, si lo clásico es lo subversivo, ¿representa Feijóo el nuevo punk en el Congreso?