Aquí estamos de paso

Furia y odio

Podemos aprender a leer las señales de alarma en la convivencia con las enfermedades mentales

Sobrecogen su mirada helada y las ajustadas proporciones de su rostro. Podría ser un yerno ideal, pero es un asesino. Parece caminar firme y frente a él se diría que se eleva un horizonte inalcanzable. Su seriedad es también glacial, sobrecogedora. No hay atisbo de culpa o rastro de arrepentimiento. Tampoco expresa seguridad o firmeza. Se diría que es una escultura bien rematada. Pero es un asesino. El chico detenido por matar con un hierro afilado al niño de Mocejón es del mismo pueblo y era conflictivo. Dice su familia que tenía un 70 por ciento de discapacidad por problemas mentales y sus vecinos que buscaba líos constantemente. Acaso alguien debería explicar cómo en su situación no estaba atendido adecuadamente. Reflexionar en privado o en público sobre la forma en que la creciente atención a la salud mental se está traduciendo en políticas diferentes o en responsabilidades nuevas. O no se está traduciendo en nada tangible y podemos asistir a nuevos casos como éste. Tan lleno, por lo demás, de furia y odio. Porque si furioso fue el ataque a un niño que jugaba al fútbol ante la mirada aterrada de sus amigos que jamás podrán borrar esa imagen de su memoria reciente, el odio que después se ha apoderado de las cada vez más ponzoñosas redes sociales, en particular esa X descalificadora que ahora denomina una red que nació con la ingenuidad del piar de un pájaro, resulta ciertamente inaceptable, repugnante, atroz. Lo odioso del odio en su expresión más zafia y burda se adueñó de internet después de que un joven colega, Asell Sánchez, familiar del niño asesinado, improvisara la portavocía de la familia para aliviar su dolor. Los que ya habían encontrado al asesino entre los menores o los inmigrantes de dos centros abiertos en el pueblo no aceptaron que ese portavoz de la familia les pidiera mesura y no condenar a inocentes. Reclamar de los odiadores moderación es como exigir a un león que abrace el veganismo. Ese fue su error. Porque la furia en red decidió que las razones del portavoz no eran otras que su afinidad africana y lo señalaron como merecedor de la mayor de las condenas por las fotografías que en sus cuentas había exhibido con niños africanos, objetivo de su compromiso personal de solidaridad con misiones religiosas en África.

Furia y odio. Sinrazón frente a compromiso. Rabia contra templanza. Quién sabe si este drama de Mocejón convertido ya en herida colectiva no es sino la encarnación de un tiempo brutal en el que la electrónica prevalece sobre la piel y los algoritmos nos retroalimentan de nuestra ideología y nos dividen, y nos separan de quienes discrepan, y levantamos muros y odiamos al diferente y nos escondemos en redes tupidas sobre las que vomitamos lo peor de nosotros mismos.

Un tiempo en el que el aislamiento y el desapego provocan desajustes que no sabemos abordar o no nos comprometemos a ello como deberíamos.

A la familia del niño nadie se lo va a devolver, pero podemos aprender a leer las señales de alarma en la convivencia con las enfermedades mentales y a advertir el riesgo de aceptar que la comunicación social levante fronteras y transmita odio. O seguir igual, y ante la próxima, siempre y cuando no nos toque a nosotros, volver a contemplarlo todo desde la grada.