
El trípode
Tras el de Gaza, ahora el genocidio del aborto
Considerar que ese ser humano ya concebido puede ser tratado y eliminado como una patología cualquiera más, y calificar esa conducta como un derecho humano, es ética y moralmente propio de una sociedad degradada y enferma
Estaba cantado que Sánchez, en cuanto pudiera y considerara que convenía a sus intereses, imitaría al presidente Macron, que reformó la Constitución de la V República de Francia para incluir en ella el derecho al aborto como un derecho fundamental. Y que además había también expresado en el Parlamento Europeo –al comenzar su semestre de presidencia «pro tempore» del Consejo de la UE– su voluntad de promover incluirlo en la Carta Europea de Derechos Humanos. Tras la Revolución Francesa de 1789, Francia, «la hija primogénita de la Iglesia», se convirtió en una república apóstata del cristianismo donde los valores y principios de las raíces sobre las que se construyó fueron sustituidos por los surgidos de los revolucionarios, dando a luz a la «Modernidad». Ahora Sánchez, rodeado de corrupción a nivel personal, familiar y político, y al frente de un «objeto inútil», como es su Gobierno sin ningunos presupuestos aprobados en esta legislatura, necesita huir, como en Paiporta, de esa patética realidad. Tras el acuerdo sobre Gaza, ahora «el aborto» quiere que sea su sustituto para desviar la atención pública sobre ella, y con pleno conocimiento de que no dispone en absoluto de los 3/5 de los votos del Congreso y el Senado necesarios para, nada menos que reformar el artículo 43 de la Constitución e incluir el aborto como un derecho fundamental, lo promueve con todo entusiasmo. Sin perjuicio de la cuestión jurídica y política, es preciso meditar sobre lo que ética y moralmente representa esa decisión, que considera al ser humano concebido en el seno materno, aunque todavía no nacido, cual si fuera un tumor maligno, o cualquier otra patología o deformidad del cuerpo humano femenino. Es decir, susceptible de ser tratado como una intervención de cirugía estética o una apendicectomía. La ciencia demuestra que ese ser concebido en el seno materno tiene ya las características propias de un auténtico ser humano, y que solo precisa de unos meses para poder acreditarlo en plenitud. Es decir, que no es el aborto un tema propio de las convicciones religiosas, como sostiene el ateísmo, para el que no es la religión quien debe juzgar si una conducta humana es merecedora de ser aceptada o rechazada por la sociedad y por la ley. Por ello hay que reiterar que no es la fe la que demuestra que ese ente concebido es el embrión de un auténtico ser humano con su personal identidad cromosómica inscrita ya en él. Considerar que ese ser humano ya concebido puede ser tratado y eliminado como una patología cualquiera más, y calificar esa conducta como un derecho humano, es ética y moralmente propio de una sociedad degradada y enferma.
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