Cuaderno de notas
Geografías de Stormy
Debiera ser al revés, pero se viene dibujando últimamente una paradoja por la cual, cuanto más empuran a un político, más le votan los ciudadanos
He esbozado en mi cuaderno a Stormy Daniels, actriz porno y presunta amante sobornada por Donald Trump, primer presidente de los Estados Unidos imputado por un juez. Las geografías de Stormy dicen que nació en Baton Rouge, en Lousiana, de nombre Stephanie Clifford aunque después se puso Stormy Daniels: Stormy, por la tormenta que llevaba dentro, y Daniels por el bourbon de Louisiana. Ni un millón de guionistas hubieran compuesto ese nombre que viene pregonando calamidades, custodias compartidas, vidas por la borda y problemones. Hoy te pienso, Stormy, tornadillo rubio, huracana de la Casa Blanca, Sirena de Ulises del Lago Tahoe con baile de pole dance y maletín con 130.000 dólares en billetes pequeños. A Trump le acusan de haber soltado la guita para callarte y que así no se enteraran del desliz ni sus votantes ni Melania, que llevaba unos cuernos como para colgarle unos farolillos y encenderlos por el alumbrao de la Feria de Sevilla – «Mírala cara a cara, que es la primera»–. Cómo me acuerdo de aquella chirigota de Yuyu en la que iban de cornudos y se llamaban «Los últimos en enterarse». En realidad, Melania lo supo más adelante, pero se aguantó porque todo tiene un precio en la vida y porque los cuernos se caen como los dientes de leche. En esa historia, trincó todo el mundo: Melania, Stormy y hasta Trump en un ejercicio amatorio que a día de hoy se me hace imposible. A mí, en realidad lo que más me arrebola no es que Donald se encamara con una megastar del porno siendo conocida su falta de capacidad para reprimir sus apetitos. A mí lo que me mosquea es que las mujeres se acuesten con un tipo como él, tan vulgar y naranja y desprovisto de atributos que no sean el poder, el dinero o unos fuegos artificiales en la bragueta que a estas alturas parecen descartados. Claro que ha dicho en Twitter el bueno de Fernando Sánchez Dragó que aún se le para a sus 86. La diferencia es que a Fernando ahora lo quieren por lo que tiene detrás de la frente y a Trump, por lo que tiene en la cartera. Es lícito, pero también triste.
De todas las señoras de Trump, me quedo con Stormy, mujer tornadillo de la tormenta Georges Brassens y de resaca con cargo de conciencia. Dirigió mil películas X, mil una con esta última que viene con escena de juez calcetín con liga, barriga y camiseta de tirantes, revolcón en la cama con chicas que ríen al otro lado de la puerta y motel de pueblo cuyo sheriff masca tabaco.
La falda le confiere al candidato un punto vulgar pero humano por soez y por tragediarse en la tentación de unos muslos. Así se va construyendo esta política titobérnica en la que estamos, universo fascinante con benjamín de cava, jacuzzi, diputados en chándal en la 308, coca en la mesilla, luces de neón, olor a pachuli en aquel restaurante de Madrid y cartel de habitaciones libres en motel de carretera.
La moraleja inversa consiste en que, cuando más se estrecha el cerco a Trump, más le donan, más le quieren y mejor va en las encuestas. Temen los agoreros del fin del mundo que, para defenderle, sus seguidores puedan provocar otra guerra civil. Debiera ser al revés, pero se viene dibujando últimamente una paradoja por la cual, cuanto más empuran a un político, más le votan los ciudadanos. A ver si detrás de todo gran hombre, en lugar de una gran mujer, lo que hay ahora es una actriz porno sobornada.
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