El buen salvaje

Del gobierno bonito al gobierno bolardo

Ahora por muy ecologistas y feministas que parezcan, los nombres tienen que negociar con los delincuentes en un océano de contradicciones

Cuando Pedro Sánchez arrebató el Gobierno a Mariano Rajoy y éste dejó un bolso en un escaño, el nuevo presidente se apresuró a formar un gobierno de caras amables y de buen rollo. Allí estaban el astronauta Pedro Duque o Máximo Huerta, aunque durara el suspiro de una de sus novelas. Se llamó «el gobierno bonito» y aguantó un rato hasta que la realidad envejeció a sus miembros sin sumarle edad, que es la peor manera de hacerse viejo. Los sucesivos cambios solo consiguieron alzar a algunas ministras al podio azul de las ingles celestes para que guardaran la antorcha del anonimato. Si preguntabas quién era la ministra de Ciencia, nadie respondía. Fue un Gobierno equivocado, demasiado gris para anhelar ser rosa Barbie, el pantone que resultó un revólver en manos de un mono, más bien una mona.

Del Gobierno bonito pasamos al «gobierno bolardo», obstáculo para que los españoles que piensen diferente, tengan apenas un hilo de voz. Esa será su misión. Llega la parada de los monstruos, aquella película de Tod Browning (1932) en la que los «freaks» se revelaban contra los cuerpos hermosos y malvados. Los ministros recién salidos del horno no serán figurantes en una de Tony Leblanc, como Duque, o señoritas que han de cumplir con la función de cerrar una cremallera. Vienen altavoces políticos, bolardos, que nos explotarán los tímpanos y el intestino. En la majestuosa polarización que Pedro Sánchez nos tiene atrapados (solo había que ver la cara del Rey mientras el jefe juraba la Constitución que pone en jaque) estos chicos y chicas nuevos estarán comprometidos con el feminismo según Yolanda Díaz, el ecologismo y la poca educación de cuando Ada Colau orinaba de pie.

La ministra Montero, la de Hacienda digo, Bolaños, todos aquellos que defendían que la amnistía era una mortal ilegalidad hasta que el presidente decidió lo contrario, ya no son creíbles. Para la mayoría son tan embusteros como el propio Sánchez. Por eso saldrán de las trincheras sin moverse de ellas algunos nombres que calentarán el puchero. Son los monstruos de los que hablaba. Con Zapatero, las mujeres se hicieron una foto con pieles sobre un sofá para avisar de que venía un gobierno paritario, Sánchez, cuando llegó su hora, los quiso guapis y «cool», pero ahora por muy ecologistas y feministas que parezcan, los nombres tienen que negociar con los delincuentes en un océano de contradicciones. Ya no tienen que ser simpáticos sino impedir el paso a los otros. Para algo les han contratado. Para que pongan cara de bolardos.