Cuaderno de notas
Una hoja de silencio
Hay que conservar esa carta en mil memoriales y no escupirle encima reconciliaciones oportunistas, pasos de páginas y no sé cuántos mil contextos
En la muestra sobre Joxeba Pagazaurtundúa que abre en el Memorial de Víctimas del terrorismo se expone una carta que el jefe de policía de Andoain le escribe al consejero de Interior Javier Balza y le dice: «Cada día veo más cerca mi fin a manos de ETA». Poco después sonarían cuatro tiros en el Daytona de Andoain de esa manera en la que el terrorismo entreveraba la muerte en la rutina de la vida de los vascos y esparcía su imperio de sombras en la cafetería durante el desayuno, en la cena de la sociedad con los amigos, en el coche en el semáforo, en el frontón, en la partida, en el paseo por el parque el domingo de la mano del hijo. Muestra de lo terrible que resultó el terror de ETA es que consiguió terriblemente abandonar cualquier signo de excepcionalidad pues no se hizo en trincheras ni en campos de batalla: lo construyeron en mitad de toda la demás vida que seguía su marcha esquivando las flores y los muertos sobre las aceras que sujetaban bajo las sábanas una bolsa de la compra, un paraguas, las llaves de casa.
Por la memoria de mi pobre tierra va Joxeba con su muerte a cuestas como Ignacio en el poema de Federico. Lleva su compromiso escrito en esa carta de amor descabellada, esa nota también cotidiana como escrita por quien te dice que te ha dejado la cena en el microondas cuando llegas tarde a casa del trabajo, casi como un papelillo de apuntar que falta pan, leche, huevos, esperanza, libertad y, al final, el pulso. Hoy en mi cuaderno quiero dejar una hoja de silencio para hacer sitio a esa hoja en la que Joxeba Pagazaurtundúa, agente 00201 de la Ertzaintza, escribió a sus superiores con letra redondilla que iba a morir a manos de ETA.
Llevo conmigo ese papel fundacional de lo que somos, tabla de la Ley de los justos, de los buenos, de los valientes, de la gente que merece la pena, pero qué pena. Existieron en un tiempo y un lugar en los que otros miraron o miramos para otro lado, en el que otros callaron y siguen callando. Pero somos los hijos de los que se quedaron, de los que no renunciaron, de los que no se callaron, de los que no dimitieron, de los que hicieron posible que hoy los vascos podamos seguir mirándonos a la cara. De los que murieron a sabiendas que iban a morir, que es como mueren los héroes. No hay mayor tragedia, ni tampoco mayor regalo, que afrontar la muerte de frente como escribía Celaya, y por eso hay que conservar esa carta en mil memoriales y no escupirle encima reconciliaciones oportunistas, pasos de páginas y no sé cuántos mil contextos que hoy ante la nota de Joxeba, me resultan aún más miserables.
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