
Opinión
La industria de la victimización
Ser víctima es el nuevo negro, y el mercado lo sabe; es una carta de presentación, un pase dorado al Olimpo de la empatía universal: la notoriedad.
Nos ha costado conquistar un discreto empoderamiento, pero hay quien quiere devolvernos a la vitrina de la fragilidad. Nos trabajamos la igualdad, la fuerza, el poder de decidir y equivocarnos, y de pronto, la vulnerabilidad es el nuevo capital social femenino, y la independencia, un concepto vintage.
Ser mayor está pasado de moda; lo que vende es la memez con filtro de Instagram y un eslogan ramplón. Bienvenidos a la era de la fragilidad con derechos de autor donde ser víctima no solo es rentable, sino un excelente modelo de negocio.
Mujer, convierte tu desgracia en tendencia. Ser víctima es el nuevo negro, y el mercado lo sabe; es una carta de presentación, un pase dorado al Olimpo de la empatía universal: la notoriedad.
Ser víctima es el nuevo superpoder. Olvídense de los logros, la responsabilidad o el esfuerzo. Hoy, lo que abre puertas es un relato bien condimentado con lágrimas y una narrativa pazguata lista para ser viralizada. La victimización se ha transformado en la criptomoneda social por excelencia.
Comprendo que nadie cotiza en el siglo XXI como el personaje de la víctima, eternamente necesitada de tutela, con ese relato tan pegadizo y tan bailable para los que no levantan un palmo intelectual del suelo: El club de la bondad…
Sin embargo, el feminismo tan necesario de "la equidad” está siendo suplantado por este revuelto de huevos con marxismo, el del antiguo Errejón, que aplica la lucha de clases a la de los sexos, donde los hombres, malos todos, nos oprimen y nos arbitran. Un feminismo que no busca la igualdad y no se opone a los verdaderos misóginos.
Y esta secta tiene todos los ingredientes requeridos para serlo: estructura piramidal con sus caudillas e intereses; chiringuitos, espacios físicos, institucionales o empresariales donde un porcentaje ridículo del presupuesto sirve para ayudar a las mujeres desfavorecidas, porque la gran mayoría de esas partidas se pierde por el camino sin auditorías ni transparencia.
Mujeres como Mouliáa y Hermoso, independientemente de la desfachatez y la zafiedad de Rubiales y Errejón, pretenden regresarnos a la alteridad de la que hablaba Simone de Beauvoir, a la minoría de edad, a la inocente que no sabe autorregularse emocional ni socialmente, a la hija, protegible y castigable, de papá, donde papa es el hombre y es el estado. ¡mira, no!
Como si existiera un acuerdo tácito por el cual hemos alcanzado la mayoría de edad en teoría, y al quitarnos la careta, fuésemos redomadamente imbéciles y erráticas. Búsqueda desesperada de identidad…
Mouliáa, eres mayor, y eso incluye una cita con un capullo retorcido, psicopatón, invasivo y sexualmente densito, que se merece ser condenado, aunque no sea culpable de ningún delito (por gilipollas).
Fallarás, no nos infantilices, ni a las mujeres, ni al Estado de derecho, no nos empujes hacia la caverna, quemando las velas de la ganancia antropológica y del feminismo.
¿Quién va a tomar en serio nada que salga de nosotras, bajo semejante capitulación?
Y _en otro orden de cosas_ ¿Se puede saber a qué obedece el hecho de que todas las bragas del mundo lleven un pequeño lazo o floripondio en la parte superior delantera? Bajo su apariencia banal me inquieta este fenómeno que es símbolo de nuestra rendición como género, como si regaláramos algo crucial, y al mismo tiempo proclamáramos nuestra intrascendencia, nuestra inmadurez...
Lo siento, prefiero que mi novio me rompa una silla sobre la espalda antes que tragarme la soflama delirante de muchas de mis congéneres, donde el gran feminicidio reside en no entender la naturaleza femenina, nuestra increíble inteligencia y fortaleza, y relegarla a una lastimera condición de mártires de nuestro sexo.
Bailemos, las víctimas ya no lloran, las víctimas facturan y pretenden vendernos la incapacidad como virtud, quizá es hora de dejar de comprarla.
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