Al portador
Lo inevitable y el bidón de gasolina del Mediterráneo
Con advertencias o sin ellas, la catástrofe material en las localidades asoladas era inevitable
Carme López Mercader, viuda de Javier Marías (1951-2022), ha escrito un libro notable, «Duelo sin brújula», en el que explica que «la normalidad se recupera si se puede volver a lo que había antes», pero –añade– «¿cómo se puede considerar normalidad a la que volver un bosque calcinado hasta la raíz después de un incendio arrasador». Pasará mucho tiempo «si es que pasa» –diría Lorca (1898-1936)–, para que algo parecido a la normalidad vuelva a la zonas valencianas más afectadas y nunca será igual para los familiares y amigos de los fallecidos. «Nada nos prepara para la pérdida –insiste López Mercader– y menos para una devastadora». Ella piensa en su marido, el escritor desaparecido, pero su reflexión es casi universal.
El mar Mediterráneo es ahora «un bidón de gasolina», dicen expertos consultados por el Financial Times. Cada vez se parece más al del Caribe, donde se originan los tornados y huracanes que luego terminan en los Estados Unidos. La temperatura del «mare nostrum» ha subido mucho y habrá más danas. Inevitable. «Todo está sujeto a cambios continuos e inevitables», decía Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829), pionero de la teoría de la «evolución biológica». La tragedia que ha asolado la zona levantina era, en la práctica, ineludible y no conduce a nada el rifirrafe –ya ha empezado– político en busca de culpas y de futuros réditos electorales. La torpeza del PSOE de Sánchez fue infinita al aprobar de urgencia la ley de RTVE y Feijóo debió intentar cerrar filas con el Gobierno y quejarse menos de la falta de información.
Muchos de los fallecidos sucumbieron en sus coches, al tratar de salvarlos, en garajes, que se hubieran inundado igual con alertas o sin alertas, o en calles convertidas en ríos torrenciales. Es cierto que, con una población concienciada y consciente de los peligros, se hubieran salvado vidas, y esa es la lección que hay que aprender. No obstante, también es obvio que con las primeras alarmas la reacción inicial de los afectados fue intentar salvar sus bienes. Es lógico, pero fue una trampa mortal para muchos. Por otra parte, hubieran sido necesarios un par de días para evacuar y poner a salvo a toda la población. Las imágenes y los testimonios son evidentes. Con advertencias o sin ellas, la catástrofe material en las localidades asoladas era inevitable, tal y como están ubicadas poblaciones y edificaciones, algo que merecería una reflexión, porque el bidón de gasolina del Mediterráneo seguirá ahí y no «se puede volver» a lo de antes, recuerda el duelo sin brújula de López Mercader.
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