Editorial
La izquierda y su doble vara corrupta
Demasiados políticos se han preocupado más de proteger lo suyo que de asegurar la ejemplaridad y la honradez. Bajo esta izquierda gobernante se han alcanzado cotas insospechadas
El caso Mediador ha puesto de nuevo el foco sobre la corrupción socialista. Se investigan presuntas extorsiones a empresarios de la ganadería, energía fotovoltaica y drones a cambio de evitar supuestos expedientes y amaño de contratos incluido, con el exdiputado socialista Juan Bernardo Fuentes, «Tito Bernie», en el centro de una estructura cuyo alcance está por esclarecerse más allá de los nombres que se han hecho públicos como los del general retirado de la Guardia Civil Francisco Javier Espinosa, ya en prisión; Taiset Fuentes, sobrino del exdiputado y antiguo director general de Ganadería del Gobierno de Canarias y el empresario Antonio Navarro Tacoronte, entre otros. La Fiscalía se ha referido a «una trama formada por autoridades, altos cargos públicos y otras personas intermedias de aquellas que ofrecían a distintos empresarios la posibilidad de obtener privilegios». Estamos ante otro escándalo mayúsculo, en el que incluso se habrían utilizado las dependencias del Congreso y de la Dirección General de la Guardia Civil para dotar a las transacciones mafiosas de una escenografía noble. Con el gobierno de España y el canario, epicentro territorial de este grupo, en manos de la izquierda, y cargos públicos y de confianza de estas administraciones bajo sospecha, resulta una vez más significativa su incidencia menor en el debate político e institucional que es obligado atribuir al trabajo del experto y eficiente aparato estratégico de La Moncloa. La corrupción ha sido y es un arma manejada con habilidad por la izquierda contra el PP hasta el punto de que sirvió para desalojarlo del ejecutivo por medios irregulares, sentencia manipulada mediante. El discurso del PSOE no ha hecho otra cosa que identificar al adversario como una organización delictiva con la instrumentalización de la pena del telediario y las condenas sumarias en sus terminales mediáticas. El fin, como siempre con Sánchez, ha justificado cualquier medio para minar la alternativa y blindar el poder. Hay un canallesco manejo de la doble vara de medir en función del sujeto al que salpique el barro que, sin embargo, no soporta una mínima fiscalización objetiva. Empezando porque el Gobierno de España se encuentra hoy en el punto de mira de Europa tras la desactivación del delito de malversación, como si la corrupción fuera tolerable en función del interés y el beneficiario de turno. En Bruselas nadie lo ha entendido y en nuestro país, tampoco, salvo los cómplices de la cacicada. La osadía de Sánchez y sus socios ha sido comparable a las sombras alargadas de los episodios corruptos que han jalonado las siglas del PSOE estos años, incluido el mayor de la historia como los ERE, pero sin olvidar los frentes abiertos en Valencia y Canarias, entre otros. España adolece de un penoso bagaje en este capítulo. Demasiados políticos se han preocupado más de proteger lo suyo que de asegurar la ejemplaridad y la honradez. Bajo esta izquierda gobernante se han alcanzado cotas insospechadas. El desapego ciudadano ha sido una consecuencia inevitable.
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