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El buen salvaje

Los Javis

Creo que esa casa de Pozuelo está maldita y es la culpable del fin de trece años de amor

En lugar del «¡Hola!», la exclusiva de la ruptura de Los Javis la dio ayer «El País». Desde la separación de Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa no se conjugaba tan bien el cotilleo rosa con el chascarrillo cultural. ¡Pero bueno!, ¿desde cuándo? ¿Hay terceras personas? (el periódico no contesta la pregunta del millón cuando se rompe el amor de un famoso), ¿seguirán trabajando juntos? (aseguran que sí), en fin, se amontonan tantas preguntas como si los protagonistas de la noticia fueran Alaska y Mario, los únicos que permanecen inalterables al devenir de los corazones rotos. Javier Calvo (34 años), el alto, y Javier Ambrossi (41) se entregaron tanto en parecer uno solo, el mismo nombre, el mismo trabajo, una pareja de cariño pegajoso cada vez que posaban ante las cámaras, sin pudor de aparecer juntos en la cama y de enseñar cacho carne, que ahora nos costará saber quién es quién y quién hace qué, no en la cama, que es lo que todavía preguntan las tías del pueblo ante el sonrojo de sus nietos, sino en el cine.

Los Javis son pareja artística, ahí están Los Pecos, los hermanos Dardenne, los Coen, los Wachowski, Epi y Blas, tantos ejemplos creativos, hasta Andy y Lucas, que acabaron fatal, pero no ya pareja amorosa, y barrunto, cari, que algo va a cambiar en sus próximas producciones, pues parte de esa moderna candidez que los enaltece proviene de no tener que «hacer la calle». Los amantes padecen de cursilería y buen rollo que es por donde flojea, será mi edad, este dúo ingenioso que conecta muy bien con su generación, se coloquen en lgtbi o en otros casilleros.

Ultiman «La bola negra», sobre una obra inacabada de García Lorca que no tiene mala pinta. Cuando enseñaron, hace unos meses, en una revista de decoración su nuevo casoplón, un libro del poeta se desmayaba en un taburete que hacía de mesilla de noche. Creo que esa casa de Pozuelo está maldita y es la culpable del fin de trece años de amor. Aquella librería de varios pisos era incompatible con la vida.