Tribuna

Juego de traiciones

Tenemos demasiadas semejanzas con la Dinamarca de Hamlet, pero con peor olor y una amplia nómina de traidores al servicio de otras tantas venganzas pendientes

Juego de traiciones
Juego de traicionesRaúl

Un día y otro la información, sobre la política en nuestro país, repite el mismo relato. Un discurso que describe el proceso de destrucción de España, en todos los órdenes, agravado de forma continua por múltiples episodios, cada vez más escandalosos, extravagantes e insólitos, provocados por el Júpiter monclovita y repetidos por sus «aliados». Aunque nadie duda ya de quién es el principal felón en el amplio elenco de traidores, que interpretan un peculiar fair game a la española. Los coprotagonistas de esta pesadilla son una colección de sujetos estrafalarios que, por diversos motivos, no suficientemente analizados, se encuentran en el poder. La mayoría de los medios tratan de justificar tales aberraciones, creando suficiente confusión para que, una parte de la opinión pública las acepte; en tanto que los demás se convierten en víctimas del aburrimiento, y cómplices pasivos de tales atropellos.

La percepción desde la orilla opuesta sustenta un relato igualmente radical. A la hostilidad heredada de la andadura precedente, se suman ahora nuevos motivos de discordia. Cualquier diálogo resulta imposible en nuestra dividida clase política. Izquierda y derecha superan, en sus posiciones y actitudes confrontativas, incluso los peores vaticinios orteguianos. En esta situación es imposible gobernar, declaran en círculos progubernamentales. No les falta razón pero la respuesta es aumentar el victimismo propio y el culpabilismo ajeno. Al dividir a los ciudadanos en buenos y malos, el presidente se condenó a ser tratado del mismo modo sin paliativos. Para algunos, ha venido a ser una especie de genio, un admirable prestidigitador de la política; para otros, simplemente un imbécil, que sólo puede generar pasiones encontradas.

Lo peor de Sánchez no es que muchos de los que le votaron ignoraran lo que iba a hacer, sino que, seguramente, tampoco él sabía y, sigue sin saber, cuánto le iba a costar. Lo único cierto es que estaba decidido a mantenerse en el poder a cualquier precio. En esta coyuntura, la cuestión «capital» se reduce a los pronósticos, cambiantes cada poco, sobre la hipotética duración de esta legislatura que acaba de comenzar, entre sobresalto y sobresalto. En las filas gubernamentales nadie se fía de nadie y los objetivos de cada uno tienen poco en común. La propensión de Sánchez a permanecer en el gobierno, ¿tendría algo que ver con su inclinación a la traición? Tirso de Molina escribía que «quien a ser traidor se inclina volverá tarde de su acuerdo». Peor aún, también sus enemigos le señalan otros rasgos, a este respecto, en términos machadianos. Afirmaba don Antonio, en sus Poesías de guerra, «que en todas las grandes traiciones se encontraba siempre el mentecato del Iscariote, lleno de presunción, vanidoso, falso, ridículo, …».

Pero más que estas acusaciones debería preocuparle una advertencia que Mateo Alemán incluyó en su Guzmán de Alfarache: «el embaucador llega a un punto en el que se le conocen sus artimañas y su bellaquería, lo cual hace que no se fie en él más de aquello que le pueda aprovechar». El método de la mentira, como opción permanente, pierde posibilidades.

La situación del presidente es mucho más difícil que en la legislatura anterior. Parece como si el libro de P. Turchin: Final de partida. Élites contra élites y el camino a la desintegración política se hubiera escrito sobre las circunstancias en las que se debate la España de Pedro Sánchez. Frente a los problemas que nos afectan: ampliación de la brecha entre ricos y pobres; fracaso escolar; elevado paro juvenil, muchos de ellos titulados superiores; estancamiento salarial; deuda pública inasumible; desequilibrios interregionales,… las respuestas han sido la ideologización en la escuela por encima de todo; las viejas recetas largocaballeristas, sobre el incremento salarial al margen de la productividad, o si prefieren el «gironazo» en otro momento, con la subsiguiente inflación; el excesivo gasto público y la invención de cada vez más cuestiones tendentes a incrementar la desigualdad y la división entre los españoles.

La oposición no parece que haya ejercido un papel demasiado eficaz, hasta ahora, frente a las tropelías del Gobierno. Un error por parte de Núñez Feijóo se convertiría quizás en la última posibilidad del presidente, para prolongar su estancia en el poder. Pero en el juego imparable de traiciones que acecha no sería descartable que, en año bisiesto, con el calendario electoral que aguarda y la Semana Santa temprana, los idus de marzo llegaran en febrero. Ya se sabe aquello del mal fario de la Pascua marzal. ¿Y sí le tocara lo peor a Sánchez y sus secuaces?

Tenemos demasiadas semejanzas con la Dinamarca de Hamlet, pero con peor olor y una amplia nómina de traidores al servicio de otras tantas venganzas pendientes. No lo tomen a prospectiva científica, pero tampoco lo descarten absolutamente. Las cabañuelas políticas apuntan más a precipitaciones que a calmas.

Emilio de Diego.Real Academia de Doctores de España.