El trípode

«Jugando con fuego» en Ucrania 

Rusia ha denunciado al Reino Unido y Ucrania de haber organizado un complot para provocar un ataque de «falsa bandera» y que hubiese significado derribar un avión militar ruso

Acostumbrarse a convivir con situaciones que objetivamente comportan graves riesgos para la seguridad internacional es una gran imprudencia política, y es lo que está sucediendo ante la «operación militar especial» desencadenada hace ya casi cuatro años por Putin contra Ucrania. «Quien juega con fuego se acaba quemando» es un refrán que es aplicable a dicha situación, que acaba de protagonizar un suceso que podría formar parte del guion de una película o una novela de suspense, pero que es lisa y llanamente una realidad. Rusia ha denunciado al Reino Unido y Ucrania de haber organizado un complot para provocar un ataque de «falsa bandera» y que hubiese significado derribar un avión militar ruso. Según Moscú, se trataría de haber intentado sobornar a un piloto ruso –con varios millones de dólares– para que ejecutara esa acción con un avión robado también ruso. Al margen de la verdad o no de este episodio, lo cierto es que se está jugando con la paz y la seguridad de gran parte de la población mundial, ya que un «error humano» podría desencadenar un conflicto militar de incalculables consecuencias dado el armamento militar nuclear en posesión de los países en conflicto. Ya recordamos que esa operación militar comenzó el 24 de febrero de 2024, tras regresar Putin de Pekín, donde firmó con Xi Jinping un «histórico» –así calificado por ambos líderes– Tratado bilateral de cooperación. En el cual daban por terminado el Orden Mundial existente desde la desaparición de la URSS en 1991, y que calificaron de «unipolar y occidental», liderado por EEUU. En dicho tratado abogan por un nuevo orden mundial «multipolar», donde sin duda ambos países se consideran como destacados «polos» del mismo. Es preciso tener presente ese evento para interpretar correctamente que lo que está en juego con esa «operación militar» es exactamente delimitar la «zona de influencia» de Rusia en Europa. Y para ello impedir que Ucrania se incorpore a la OTAN, extendiéndose hasta ser fronteriza con ella misma. Sin perjuicio de considerar que la revolución del Maidán de Kiev en 2014 ha precipitado la situación actual, lo necesario ahora es asegurar la imposibilidad de un «error humano» que desencadene un conflicto a gran escala entre la OTAN y Rusia (y apoyada por China). Hay demasiados intereses económicos y geopolíticos en juego para poder excluir ese presunto «error». Kennedy y Kruschev así lo contemplaron durante la crisis de los misiles de Cuba en 1962, y pudieron evitarlo. Pero hoy ya no existe aquella bipolaridad global que posibilitó el especial protocolo adoptado por ambos líderes para impedirlo. Hoy ya son demasiados los actores en presencia. Y con intereses espurios.