Tribuna

Katherine Neville y la novela de búsqueda

El mensaje profundo de las novelas de búsqueda de Katherine Neville no puede estar más vigente. En esta época de impactos superficiales, que se olvidan al siguiente clic de nuestros dispositivos, centrarse en lo que se vive en cada momento es toda una revolución

Hace casi cuatro décadas llegaba a España la primera novela de una autora desconocida. Lanzada en doce países a la vez, El ocho de Katherine Neville se convirtió enseguida en un fenómeno editorial planetario. La obra transitaba entre los desmanes de la Revolución Francesa y la Argelia contemporánea con una fluidez insólita, y narraba la obsesión de sus protagonistas por encontrar las piezas de un ajedrez de oro y piedras preciosas creado para Carlomagno como una suerte de talismán protector. Por decisión de los lectores, la obra pasó de bestseller a longseller -el «santo grial» de un escritor-, y aún hoy se imprime regularmente en más de cuarenta idiomas, acogido en el cálido canon de los clásicos contemporáneos.

Conocí a Katherine una década después de su éxito. En 1998 visitó España para promocionar su siguiente título, El círculo mágico, y en la entrevista que mantuvimos me explicó que ella nunca iba a ser una autora de «libro al año». Concebía la literatura como una búsqueda, como un camino lento y meticuloso para dar respuesta a las grandes preguntas de la Humanidad. Su filosofía me fascinó. Katherine se me reveló una rara avis entre los autores de su alcance, y las confidencias que compartimos se clavaron en mi espíritu de escritor primerizo. En aquel lejano 1998 publiqué mi primera novela, La dama azul, una trama construida también a caballo de dos épocas -el siglo XVII en Nuevo México y España- y el siglo XX de las postrimerías de la guerra fría. A Neville le resultó curioso que en mi obra hablase de una monja mística. El ocho tenía como protagonistas a dos novicias del mediodía francés. Pero sobre todo le fascinó que «mi monja» -sor María de Jesús de Ágreda, un personaje histórico contemporáneo de Velázquez- se bilocara y apareciera a tribus del suroeste de Estados Unidos que ella conocía bien. Ahí nació nuestra amistad.

La semana pasada, Katherine regresó en España. Ella sigue en sus búsquedas. De hecho, lleva tiempo ensamblando las piezas de una novela ambientada a principios del siglo de sor María de Jesús, alrededor de Pedro Pablo Rubens. En los días que compartimos, visitamos el Museo del Prado para reunirnos con Alejandro Vergara, jefe del Área de Conservación de Pintura Flamenca y uno de los mayores expertos mundiales en el autor de Las tres gracias. Allí vi a una Katherine fascinada por las técnicas que Rubens desarrolló para dotar de carnalidad a sus retratados. Pero también encontré a una autora más abierta que nunca a lo mágico, a las coincidencias imposibles y a las creencias profundas que modelan nuestra cultura. Como cuando arañamos unas horas para visitar la basílica de Nuestra Señora de Atocha en Madrid, y sus responsables la reconocieron en la puerta.

Clara Tahoces, descendiente de la novena duquesa de Osuna y autora de un libro en el que narra cómo su antepasada encargó a Francisco de Goya sus mejores cuadros de brujas, fue testigo de esa visita. Nos acompañó como conocedora del «Madrid mágico» -el eje de uno de sus libros más populares, por cierto- y vio los ojos de Katherine destellar ante Niño de Atocha, una imagen rodeada de leyenda y superstición que en América veneran ladrones y traficantes que aspiran a ser redimidos por ella. Su entusiasmo nos conmovió. Katherine acaba de cumplir ochenta, pero derrocha la misma energía y curiosidad que me impactó cuando la conocí. A diferencia de otros encuentros que hemos tenido en este tiempo -bien sea en algún evento de la International Thriller Writers Association, bien en la Alhambra de Granada o en los jardines de Dumbarton Oaks que utilizó en su última novela, El fuego-, esta vez no noté que tomara apuntes ni pusiera especial interés en llevarse fotografías de los lugares. «¿Sabes?», me confesó, «ahora me concentro en vivir lo que tengo delante, en metabolizarlo y recurrir más tarde a la huella que dejan mis viajes para poder escribirlos desde la emoción». Yo, que soy autor de cuadernos llenos de garabatos, la miro con sorpresa. «¿Y no te olvidas nunca de nada?», le pregunto. «¡Al contrario! Recuerdo exactamente lo que necesito; mejor que si recurriera al papel o a una imagen de archivo».

Este detalle quizá explique por qué tituló «El arte y la memoria» la conferencia que impartió hace unos días en el Encuentro Internacional de Ocultura celebrado en Zaragoza. Katherine ha desarrollado un método que va a contracorriente de lo que ahora impera en Occidente: recurre a las impresiones que lo vivido deja en su alma para construir sus universos. Aunque, ahora que lo pienso, se trata de una técnica que ya nos dejó entrever en El ocho, cuando llamó a la protagonista contemporánea de su intriga Catherine Velis -una paranomasia que remite a su propio nombre- y la convirtió en una extensión de su propia personalidad.

El mensaje profundo de las novelas de búsqueda de Katherine Neville no puede estar más vigente. En esta época de impactos superficiales, que se olvidan al siguiente clic de nuestros dispositivos, centrarse en lo que se vive en cada momento es toda una revolución. Y en su caso, cómo no, también un arte. Como lector suyo, ya estoy esperando a que termine la novela de los pintores… y descubrir en ella algún eco de los días que acabamos de compartir. Seguro que España ha dejado huella en su memoria.

Javier Sierraes premio Planeta de novela y autor de El plan maestro, una obra sobre misterios del arte