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Lástima

Los estafadores de la falsa enfermedad usan a menudo el cáncer, que impresiona por terrible

Antaño, enfermos y mutilados se sentaban con la mano abierta ante las puertas de las iglesias donde, se suponía, llegaba diariamente un flujo importante de personas propicias a sentir conmiseración, y a rascarse el bolsillo dejando unas monedas como limosna. Nuestros tiempos han desterrado el concepto de «caridad» cambiándolo por «solidaridad», ya que a la izquierda le repugnaba tanto que ha sustituido la dádiva particular de antiguamente por un difuso e invasivo concepto de «lo público» que permite reemplazarlo todo, intentando (sin lograrlo) llenar estatalmente los espacios de atención a cualquier necesidad privada de ciudadanos «vulnerables». La mendicidad está anticuada, y en nuestra sentimental época incluso ha sido suplantada por lucrativas estafas, también basadas en la lástima.

La enfermedad provoca oleadas virales de solidaridad, que fluyen incontenibles y pueden llevar aparejadas grandes cantidades de dinero limosnero. La sensibilidad hacia la enfermedad tras la pandemia se ha acrecentado. Hace unos años, hubo un caso célebre: se trataba de un estafador que tenía una enfermedad rara, pero no mortal, y cobraba (sigue haciéndolo, seguramente) una suculenta pensión de invalidez que el Estado empezó a pagarle antes de cumplir 40 años, gracias a los impuestos de –entre otros–, esos autónomos que jamás pueden permitirse una baja por enfermedad.

Después del Covid, la enfermedad es un asunto de los más sensibles. Todos estamos concienciados en lo concerniente a la salud, y los estafadores saben que es muy fácil apelar a emociones primarias, como la empatía y la compasión, en esta sociedad híper-sentimentalizada. Los estafadores de la falsa enfermedad usan a menudo el cáncer, que impresiona por terrible. Si viviésemos en tiempos de la peste negra (quizás lo estamos haciendo…), dirían que la padecen, y crónica. La base de estas estafas es «lucir» una enfermedad horrible que nunca mate, pero tampoco se cure. Abundan los famosos siempre dispuestos a echar una mano al bolsillo del falso enfermo, cuya avaricia por lo general lo mata antes que la supuesta enfermedad de la que presume, y a la que explota como si fuera una mina de diamantes de sangre.