
El buen salvaje
Letraheridos: María Pombo no lee ni falta que le hace
Tiene razón María Pombo cuando afirma que leer no nos hace mejores personas. La lectura, el arte en general, tiene virtudes que ni el cielo nos regala, pero conocemos a muchos cretinos que devoran páginas como Saturno a sus hijos y a analfabetos buenos y de una inteligencia suprema
Hay personas, entre las que me incluyo, que nos pasamos el día leyendo, no necesariamente siempre libros, también las etiquetas del gel de baño o de la crema hidratante cuando toca ir al excusado. Me encanta leer los prospectos de los medicamentos, un reto para la presbicia. Será que estoy enfermo, por eso los tomo. Es una manía, costumbre o deformación profesional. Trabajo en un periódico. Leer forma parte de mi oficio. No todo el mundo tiene que compartir aficiones. Vienen a cuento estas intimidades porque se ha levantado cierta polvareda por un comentario de la influencer María Pombo. Dice que no le gusta leer y no cree que hacerlo la haga mejor persona. Los letraheridos de la jungla digital se le han echado a la yugular como vampiros en busca de conversos, que es la peor manera de incitar a la lectura. La letra no entra con sangre. Habría que ver cuántos ejemplares han leído los criticones, si se han quedado en la solapa o qué hacen con los libros en el váter además de perfumarlos. Suelen presumir los más incultos o los más pedantes. Lo digo sin temor al linchamiento: he paseado este verano «Nicholas Nickelby» de Dickens y sus más de mil páginas me ahogaban en un mar de pereza además de empeorar una tendinitis en el brazo derecho. Acabé en el tremendismo de un Houellebecq, más afín a la ola de calor y al ansia de desaparecer del planeta. Así que más leer de verdad y menos escupir, que la mujer no arenga a quemar libros como en «Farenheit 451». Y además, lee revistas de decoración.
Tiene razón María Pombo cuando afirma que leer no nos hace mejores personas. La lectura, el arte en general, tiene virtudes que ni el cielo nos regala, pero conocemos a muchos cretinos que devoran páginas como Saturno a sus hijos y a analfabetos buenos y de una inteligencia suprema. Lo escribió Julio Camba: «Por mi parte opino que en España solo los analfabetos conservan íntegra la inteligencia». Pensaba que los labradores y los marineros no usan «lugares comunes ni ideas de segunda mano» . Y ahí hay que descubrirse ante don Julio, como ante Miguel Delibes que convierte en «El disputado voto del señor Cayo» a un campesino en un sabio al lado de los universitarios que se acercan a su aldea a pedirle el voto.
El problema no es María Pombo, que cuenta con más ingresos que muchos chupatintas, sino que ya no existan espacios como aquellos en los que se entrevistaba a Borges durante una hora o que la tele pública no cuente con un programa de libros. Punto.
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