El bisturí

La ley del silencio en las cesiones a los independentistas

ERC, Junts y Bildu sobrevuelan las instituciones como si fueran buitres en busca de algún cadáver putrefacto

Ni el calor sofocante de los zocos de Marruecos que invita siempre al letargo, ni el análisis sosegado de los verdaderos motivos de la derrota socialista en las últimas elecciones parecen haber hecho mella en el empeño de Pedro Sánchez de revalidar el poder a costa de lo que sea. La extrema debilidad del PSOE y la disposición de este partido a realizar concesiones de cualquier clase a cambio de apoyos están llevando estos días a los partidos nacionalistas y separatistas a redoblar sus exigencias para dar el «sí quiero» a una nueva era de esa farsa a la que el discurso dominante denomina «progresismo». ERC, Junts, Bildu y, si me apuran, el PNV, sobrevuelan este verano las instituciones como si fueran buitres leonados en busca de los restos desmembrados de algún cadáver putrefacto, y el que no pide un referéndum secesionista o una lluvia de indultos para los golpistas catalanes, reivindica el control de la mesa del Congreso de los Diputados o la anexión silenciosa de Navarra al País Vasco, aprovechando la desvergüenza manifiesta de María Chivite y la aquiescencia de sus superiores de Madrid. En este mercado persa en el que se ha convertido la España post 23-J, en donde todo es objeto de cambalache a cambio de respaldos suficientes para la investidura, el socialismo ha impuesto la ley del silencio. La máxima es cubrir con un tupido velo las materias negociables con los posibles socios, empleando para ello todo tipo de recursos informativos y oficiales como la apelación constante al récord de temperaturas o al pan y circo que ya utilizaban los dignatarios romanos con gran acierto. Mucho termómetro, mucho fútbol, mucho crimen en Tailandia y mucho Trump, en definitiva, para enmascarar unas cesiones sin luz ni taquígrafos por las que nadie pueda luego pedir cuentas. En este contexto hay que enmarcar las declaraciones de varios miembros del Gobierno durante los últimos días, empezando por el ministro de la Presidencia en funciones, Félix Bolaños, el faro que siempre muestra el rumbo de su patrón, Pedro Sánchez. Su principio rector parece ser el que ya pregonaba el genial Lope de Vega: «Nunca el honor se perdió mientras duró el secreto».

Este hermetismo negociador del que hace gala el socialismo resulta muchas veces deseable en los negocios privados, en los que cualquier filtración puede dar al traste complejas decisiones mercantiles y generar importantes repercusiones económicas para un alto número de afectados, pero no debe regir en cambio los designios de la vida pública, máxime cuando lo que está en juego es el orden constitucional o la propia unidad indiscutible del país. Además, puede suponer un fraude en toda regla para los votantes de todos los partidos, incluidos los que prestaron su apoyo al que ahora pretende repetir al frente del Gobierno. Frente a este velo, los españoles han de saber qué recibirán los partidos a cambio de su beneplácito a Sánchez. ¿Habrá, por ejemplo, una quita de la deuda pública de Cataluña? ¿Tendrá finalmente el partido de Puigdemont grupo propio en el Congreso? ¿Habrá un perdón extendido para todos los participantes en el golpe constitucional en Cataluña? ¿Y un referéndum, consulta o como quiera llamársele? ¿Qué nuevas concesiones obtendrá Bildu tras el acercamiento de los presos? ¿Y el PNV? ¿Figurarán por escrito estas cesiones, como exigen los nacionalistas, recelosos de la palabra de los socialistas?