El canto del cuco
¡Y tú, más!
No se puede defender sin sentir vergüenza que aquí no pasa nada, que son casos aislados, corregidos a tiempo, y que para corruptos los otros
El «y tú, más» es la fórmula infantil de la impotencia. Se utiliza cuando uno carece de argumentos convincentes de defensa. Lo que se pretende casi siempre es enfangar el agua o romper el espejo para que no reflejen, a la vista de todos, la vergüenza o la mentira en el rostro del que habla. El acusado o reprendido se acoge así a la discutible afirmación de que la mejor defensa es un ataque. Para cualquier observador inteligente ese tipo de defensa es, cuando menos, sospechosa, entre otras razones porque todas las comparaciones son odiosas, según la sabiduría popular. Significa habitualmente falta de nobleza y renuncia al juego limpio. Contribuye con frecuencia a crispar el ambiente hasta el borde de la violencia. No es de recibo en una convivencia civilizada.
En España, sin embargo, el «y tú, más» es la respuesta habitual ante cualquier reproche en el agitado debate político. Lo utilizan los de un lado y los del otro, pero se ha convertido en la fórmula habitual de defensa de Pedro Sánchez, sobre todo cuando le mencionan, como ocurre estos días, las escandalosas muestras de corrupción en su partido y en su propia casa. Se revuelve entonces contra la oposición, sin dar explicaciones de lo ocurrido dentro de sus dominios. Recurre a antiguos episodios del Partido Popular ya superados, que le costaron el poder, sin tener en cuenta que agua pasada no mueve molino. «¡Y tú, más!» responde a Feijóo desde la tribuna del Parlamento. «¡Y tú, más!», repiten a coro los miembros de su Gobierno. «¡Y tú, más!», gritan los «hooligans» en las redes sociales. «¡Y tú, más!», destacan en grandes titulares los medios adictos, a la vez que sacan del cajón algún asunto llamativo para distraer la atención del personal y ocultar los escándalos que asolan al Gobierno y su partido. Y, entre unas cosas y otras, el fango y la indignidad se apoderan de la vida nacional con el consiguiente descrédito de la clase política y de la prensa.
Al final, se sabrá todo. Cada uno tendrá que dar cuenta de su comportamiento en este momento crítico de la vida nacional. No se puede defender sin sentir vergüenza que aquí no pasa nada, que son casos aislados, corregidos a tiempo, y que para corruptos los otros. Un mínimo de honradez y de perspicacia debería hacer reflexionar a políticos y periodistas que un día fueron honorables y prestaron servicios a la convivencia democrática, si les trae cuenta conformarse con el «¡y tú, más!» y seguir manteniendo el tinglado de la farsa y la impostura.
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