Con su permiso

Milagro a la italiana

No puedes posar satisfecho y feliz, hablar de entendimiento con un partido de extrema derecha extranjero, por mucha política exterior que gestiones y establecer cercos «democráticos» o acusar de fascistas a sus correligionarios en tu casa

Se fija Natalia en la mirada que la primera ministra italiana, la ultraderechista Meloni, le echa a Pedro Sánchez, según registra una de las fotografías del «cordial y provechoso encuentro» que han mantenido los dos jefes de gobierno. Quédate con quien te mire así, recuerda haber leído en uno de esos dispensarios de frases hechas.

Es cosa de la política esto de la doble y triple vara de medir. Si no recuerda mal Natalia, esta Meloni es la que anduvo por aquí apoyando la campaña de Vox, con aquel discurso en el que reivindicaba la Cruz, condenaba la inmigración y echaba pestes de los burócratas europeos. La mismita que despedía su discurso con un «Viva Macarena Olona», que ya se encargaron sus anfitriones poco después de rectificar de palabra y obra.

Sánchez sostiene ante la cámara esa nada impostada autosatisfacción que Europa le incrementa hasta niveles que rebasan aquella famosa bilirrubina que se le subía al dominicano Juan Luis Guerra. La bilirrubina de Sánchez es la ensoñación de liderazgo europeo y le sube cada vez que anda por allí. Más aún si Meloni le mira de esa forma.

Pero resulta que esa dama es la misma sobre cuya amenaza ya advirtió en foros europeos el presidente del Gobierno español. Esa dama es la misma que ha dado y sigue brindando apoyo a Vox. Esa dama representa en Italia la misma corriente política que Le Pen en Francia o Abascal en España. Cierto es que Meloni no da tanto miedo como la francesa, y que en su política de hechos se desenvuelve con mucha más moderación de la que dejan entrever sus colegas europeos, pero todos están en la misma línea.

A Natalia no le parece mal. Un líder político debe ser capaz de hablar un día con el presidente chino, que representa la cuadratura del círculo del comunismo capitalista o el capitalismo comunista, y al día siguiente con la más adelantada de las lideresas de la inquietante ultraderecha europea. De hecho, es lo que en realidad ha ocupado la agenda de Sánchez en los últimos días. Bravo por la «realpolitik»: hay que llevarse bien con todo el mundo, sobre todo si puedes hacer negocios o formas parte de una misma alianza política o militar.

Lo que a Natalia le llama la atención es la inconsistencia tan palpable y aparentemente asumida de poner una vela a Dios en la extrema derecha de fronteras afuera y al mismo tiempo incendiar al diablo ultraderechista en tu propia casa. A Meloni, que hay que ver cómo me mira, la lleno de besos –figurados, entiéndase– y a Abascal, que es igual, y también me mira distinto, le pongo de nazi para arriba.

Una cosa es la política doméstica y otra la política exterior, que es de Estado y mucho más seria. Pero un poco de vergüenza torera requeriría que no se marcase tanta distancia entre una y otra a la hora de desplegar estrategias políticas. Más que nada porque el personal no es tan tonto como se cree la mayoría de este Gobierno.

No puedes posar satisfecho y feliz, hablar de entendimiento y buena relación con un partido de extrema derecha extranjero, por muy gobierno que sea, por mucha política exterior que gestiones y establecer cercos «democráticos» o acusar de fascistas a sus correligionarios en tu casa. Al menos a Natalia algo le chirría. Más aún cuando en la estrategia de reparación y mantenimiento del partido sanchista en el poder, utilizas el calificativo de extrema derecha para dirigirte no ya a ellos, sino a tu adversario conservador de los populares europeos.

Todo eso es lo que ella no entiende muy bien.

¿Habrán hablado Meloni y Abascal antes o después de la entrevista? ¿Qué le comentaría el líder español a la arrebatada italiana sobre esa mirada tan cuqui, tan de admiración, tan de... de eso?

Probablemente nada. O habrán hecho unas risas si es que han comentado algo.

En realidad, la política no deja de ser un juego de intereses en el que cada cual defiende lo suyo como mejor le parece. Lo de la coherencia seguramente se deje para otro ejercicio, para otro momento. Como lo de la búsqueda del bien común, que parece que quedó para los griegos y algunos pocos alcaldes comprometidos.

Después de Semana Santa volverán los mítines soterrados y las manifestaciones de desafectos. Los fachas seguirán siendo fachas y a la pregunta de si lo son también los de otros países que piensan como ellos y llevan sus programas, se responderá que son realidades distintas. Y a otra cosa.

En el camino quedará esa imagen de dos líderes europeos en las antípodas que a la hora de entenderse y hacerse fotos se llevan a las mil maravillas. Que está bien, que es lo suyo, se repite Natalia, pero que no nos tomen el pelo. Porque si se es capaz de dialogar y hasta entenderse con gente tan alejada de uno y tan cercana a los que detesta, en nombre de la política exterior ¿Por qué la interior, la del país, la economía, la supervivencia, la felicidad de la gente que depende de los gestores públicos, no es capaz de obrar ese milagro?