A pesar del...

Nadie controla los precios

Lo bueno de la sociedad de mujeres y hombres libres, lo bueno del mercado, es que nadie controla los precios

Leí una carta a la directora de «El País», de un señor indignado con los malvados y crueles especuladores, culpables del encarecimiento de la vivienda, y también con los gobiernos, porque no se atreven a controlar los precios: les falta valor, afirmó, y se preguntó por qué será que estos políticos pusilánimes no se atreven a frenarlos, abaratando así las cosas y mejorando la vida de todos.

Esta fantasía está en el origen del socialismo de todos los partidos, como decía Hayek, y su fundamento es el error de creer que a la sociedad moderna se le pueden aplicar los mismos criterios con los cuales analizamos las hordas primitivas. Este error es el objetivo del último libro de Hayek: La fatal arrogancia (Unión Editorial).

Nótese que no se trata de que controlar los precios sea imposible. Al contrario, es perfectamente posible, y de hecho viene realizándose desde hace siglos. Lo que es imposible es controlar los precios sin que se produzcan consecuencias nocivas, como es, típicamente, la reducción de la oferta de aquellos bienes cuyo encarecimiento se pretende evitar.

En el caso del señor que reclamaba más intervención, llegaba incluso a plantear una solución milagrosa: obligar a las empresas a invertir, pero prohibirles que lo hagan en bienes de primera necesidad, como la vivienda. Una vez emprendida la cuesta abajo del intervencionismo, no hay límites, en la medida en que no se comprenda que lo bueno de la sociedad de mujeres y hombres libres, lo bueno del mercado, es que nadie controla los precios.

Si la disparatada Ley de Vivienda del Gobierno pseudoprogresista se lleva a la práctica, los efectos contrarios a los intereses populares serán inevitables, con menos inversión, menos viviendas y más caras. Pero no se les caerá a los políticos de la izquierda la cara de vergüenza por ello, y tampoco cuando les hagamos recordar que su anhelo intervencionista es copia de la dictadura franquista.

En efecto, el régimen de Franco procedió a controlar los precios de los alquileres, las infaustas «rentas antiguas». Su objetivo era el mismo que el de los progres de hogaño: proteger a los pobres y garantizar los alquileres asequibles. Su resultado fue que se cargaron el mercado del alquiler en España, hasta que, mire usted cómo han cambiado las cosas, unos socialistas liberalizaron los alquileres en 1985.