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Insensateces

La OTI

Aquello era un desfile de ponchos, flautas, misas criollas, hermanamientos, acentos bonitos y moños tirantes. Aquello era reconocerse en los mensajes de comunidad

A mí lo que me gustaba era la OTI. Ay, la OTI, el Gran Premio de la Canción Iberoamericana, aquel concurso (parecido a Eurovisión) que empezó en México con otro nombre y que, desgraciadamente, desapareció en el año 2000. Aquello sí que era un festivalazo, amigas. Aquello era un desfile de ponchos, flautas, misas criollas, hermanamientos, acentos bonitos y moños tirantes. Aquello era reconocerse en los mensajes de comunidad. Aquello era un sindiós de votaciones y allí, sí señor, ganamos muchas veces. Fuimos los que más veces ganamos y quedamos muy bien muchas más. Pero nada, España se empeñó en esta chorrada de Eurovisión a la que le vale lo mismo un mamarracho que un baladista y donde el criterio para enviar a un representante se decide en un certamen muy divertido (porque lo es) pero de lo que sale lo que quiere el público fiel del certamen y al que mueve cualquier cosa menos la calidad musical. Ojo, que eso está muy bien, pero que no nos lo vendan como la manera de reivindicar nada que no sea un fin de semana en Benidorm con los amigos. Ojo (otra vez) que está muy bien. Ojo, que yo no digo que no sea importante irte con los colegas a contemplar actuaciones chinchorreras y reírte hasta morir, pero que no nos lo vendan de otra manera. Eurovisión hace mucho tiempo que es un absurdo. Era un lugar donde, bajo los principios de un continente que quiere y propone algo común, acepta que participe Australia. Acepta, ojo (y dale) que lo haga Israel. En un festival desvirtuado, todo está desvirtuado. Está desvirtuada la participación, la calidad de las canciones, los límites geográficos. Está desvirtuado el fin. Ya sabemos que ahí no gana el mejor, sino el país que más problemas tiene y que es capaz de movilizar a sus bots. La retirada de España de Eurovisión no es, ni mucho menos, un drama. En otras ediciones, se quedaron por el camino muchos países con argumentos peregrinos. Que si no tenían dinero, que si les faltaba interés, que si los valores no eran los iniciales. Banderas que fueron, se fueron, volvieron. Y no pasó nada. Señores, que nos fuimos de la OTI. Y aquello sí que era lo nuestro.

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