A pesar del...

El Papa en Lisboa

Nótense los matices que introduce el Papa en las consignas intervencionistas habituales, al hablar de esperanza y no de bienes materiales

El diario «El País» destacó unas palabras del Papa Francisco en Lisboa, sobre la necesidad de que las autoridades intervengan para «corregir desequilibrios económicos de un mercado que produce riqueza, pero no la distribuye».

El pontífice criticaba «la disminución de la natalidad y el declive de las ganas de vivir», y también la noción de progreso limitada a «avances técnicos y comodidades individuales». Ahí es cuando invita a «la buena política» a ser «generadora de esperanza: no está llamada a detentar el poder sino a dar a la gente la posibilidad de esperar; está llamada a redescubrirse como generadora de vida y de cuidado, a invertir con clarividencia en el futuro, en las familias y en los hijos, a promover alianzas intergeneracionales, en las que no se borre el pasado de un plumazo, sino que se fomenten los vínculos entre jóvenes y mayores».

Nótense los matices que introduce el Papa en las consignas intervencionistas habituales, al hablar de esperanza y no de bienes materiales, y al pedir que la política promueva alianzas intergeneracionales. La política redistributiva del llamado Estado de bienestar es justo la contraria, como acabamos de comprobar con la reforma de las pensiones, que descarga su coste en los trabajadores en activo, enfrentándolos a las generaciones mayores.

En cuanto a la frase que subrayó «El País», tiene una larga tradición en economía, porque la planteó John Stuart Mill en 1848. Caben sobre ella dos comentarios. En primer lugar, la separación entre producción y distribución, presentada por Mill en sus «Principios de Economía Política», es compleja, porque la propia creación de riqueza equivale a redistribuir la misma en el mercado conforme a las preferencias de los ciudadanos. Por eso Amancio Ortega es mucho más rico que los demás españoles.

El segundo comentario tiene que ver con el protagonista de la redistribución. La moral y la religión desde tiempo inmemorial nos convocan a redistribuir nuestros bienes en favor de las personas más necesitadas. Por lo tanto, es crucial explicar quién realiza la distribución y cómo, porque la defensa de la libertad es compatible con la redistribución individual y voluntaria, y a su vez es compatible con una «buena política» que la promueva. Cosa muy distinta, por supuesto, es una redistribución coactiva, impuesta por quienes detentan el poder conforme a sus preferencias y, como diría el Papa, sin dar al pueblo «la posibilidad de esperar».