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Partido

Sánchez evita ir a actos públicos en los cuales no controla ni al escenario ni a los asistentes

Sánchez ha cambiado la idea de «pueblo» por la de «partido». No se recuerda a nadie tan devoto del partido como él. Lógico: lo expulsaron y volvió, hizo «limpieza», desechó a quienes lo habían echado («el desechado» y «el echado», conceptos que forman todo un dechado de comportamiento partidario español); se encaramó a los hombros de quienes lo habían repudiado, y gracias a que depuró filas, dejando solo a los devotos a su persona, mantiene el tipo en Moncloa pese a lo que digan las urnas. Mientras el partido cierre filas con él, estará seguro. Sánchez evita ir a actos públicos en los cuales no controla ni al escenario ni a los asistentes, que suelen abroncar y expresar su malestar como viene haciéndolo el personal desde los tiempos en que éramos una provincia romana. Sin embargo, en los actos de partido solo recibe aplausos, parabienes, piropos, selfies. Es normal que aparezca por el más recóndito lugar de la península donde se celebre un acto del PSOE. Resulta gratificante, sirve para aglutinar al partido en torno a un líder sonriente y relajado cuando se siente protegido, rodeado de fieles que acuden a su llamada como al canto de un muecín progresista. Ahí todo son sonrisas, banderas rojas, silencio reverente, aplausos arrebatados. Fuera de las sedes del PSOE (que se ha auto-declarado colectivo vulnerable) está el mundo hostil, los silbidos, los reproches, los entierros de guardias civiles asesinados por el narcoterrorismo, los agricultores arruinados y quemados, por el sol y las agendas digitales, los jóvenes que pierden los mejores años de sus vidas intentando bracear laboralmente y sobrevivir en este mercado emp*t*cido, los autónomos desangrados mediante impuestos arbitrarios, que han sido declarados «empresarios codiciosos», «non gratos» para la economía colectivista progresista en marcha… Dentro de las sedes del Partido, sin embargo, se respira buen ambiente, hay aire acondicionado cuya factura sí puede pagar la Tesorería del Partido en el poder. Mientras que fuera está el pueblo enseñando los dientes, deseando pan (¡o pasteles!). Está la vida real, que ya solo le sonríe al cargo público.