Libertad de expresión

Pensamiento crítico... para obedientes

El Gobierno, en su infinita pedagogía moral, nos invita a cuestionar todo, excepto a él

Fco. Javier Sastre

En España, hemos pasado de considerar el pensamiento crítico como una virtud a un problema, especialmente si se aplica al Gobierno. Se nos permite que pensemos, pero siempre dentro de los límites del perímetro oficial, no vaya a ser que nos salgamos del redil y expresemos algo que pueda incomodar.

El Ejecutivo celebra la “ciudadanía crítica”, siempre y cuando no salpique al poder. Es algo así como incentivar la libertad, pero entre estas cuatro paredes. El problema es que el pensamiento crítico tiende a cuestionar todo, más allá de dogmas. Y en un país donde la discrepancia se mide por decreto, pensar por cuenta propia, sin dejarse manipular, se ha convertido en una especie de “atentado contra la ley”.

Kant hablaba de sapere acude (atrévete a pensar). Hoy habría que añadir “siempre que no molestes al Ministerio correspondiente”. La libertad para pensar se ha sustituido por la libertad para repetir (cuando no la obligación de hacerlo) el relato oficial. Es el BOE quien otorga el sello de “buen pensador crítico”.

El Gobierno, en su infinita pedagogía moral (qué sería de nosotros sin él -o “El”-), nos invita a cuestionar todo, excepto a él. Eso sí; lo hace mediante la orientación, vigilancia y hasta objetivos que debemos perseguir, indicándonos cuándo hay que discrepar, de qué, y en qué medida. Y se hace en nombre de la “resiliencia democrática”, aunque todos sepamos que se trata de tutela disfrazada.

La paradoja es que, en nombre de la libertad, se legisla la opinión, se uniformiza el pensamiento y se coarta la libertad. Y todo ello con eslóganes inclusivos y sostenibles. Lo que sucede es que se confunde la libertad de pensamiento con el odio y la sumisión con madurez y responsabilidad.

El pensamiento crítico se ha convertido en un mero trámite administrativo. Algo que proclamar mucho y aplicar poco. Se nos forma para repetir, no para pensar. Y si alguien tiene la tentación de discrepar, se le tacha de “radical”, “ultra” o “negacionista” y asunto arreglado. Por la vía de la etiqueta ya se ha desactivado. “Pasemos al siguiente punto”, pensará alguno.

Pensar críticamente no es un privilegio. Es un deber cívico y una obligación democrática (pero de la de verdad; sin postureos). En España, la obediencia tiene mejor prensa que la lucidez. Por eso, el pensamiento crítico supone una de las últimas manifestaciones de rebeldía respetuosa. Y lo curioso es que el ejercicio de este pensamiento crítico parece incomodar mucho a quien, precisamente, manifiesta alentarlo, aunque todos sepamos lo que hay bajo el disfraz.

Fco. Javier Sastre

Doctor en Organización de Empresas. Profesor en ESIC Business&Marketing School. Autor del libro "El líder crítico" (ESIC Editorial, 2024).