El trípode
«Un poder oculto en la sombra»
Los seguidores más batalladores de Donald Trump piensan que sus detractores mantienen una auténtica batalla contra él para impedir su eventual retorno a la Casa Blanca
El concepto de un «poder oculto en la sombra», como el detentador del poder real en cualquier país, en un momento determinado de su Historia, –más allá de quienes nominalmente lo ejercen a la luz pública–, se pierde en la noche de los tiempos bajo diversas denominaciones. Ya en el mismo libro del Apocalipsis con el que se cierra el Nuevo Testamento, aparece una referencia concreta a la «Sinagoga de Satanás», denominación también incluida en ese catálogo nominalista y que parece compendiarlas como la síntesis de todas ellas en las teorías consideradas como «conspiracionistas» por sus correspondientes «negacionistas». La todavía principal superpotencia mundial no podía quedar ajena a esa idea y que allí ha dado lugar a una prolífica presencia en la literatura, el cine, series de televisión y por supuesto el periodismo. Ese concepto es conocido como el «establishment» en su versión «light» y con más precisión como el «deep state», – «estado profundo»–, considerado como el auténtico poder en la sombra de los Estados Unidos, trascendiendo presidentes y partidos gobernantes. Ya en la primera mitad del siglo XIX, el presidente John Quincy Adams promovió un partido anti masónico y en la actualidad, a juicio de los seguidores más batalladores de Donald Trump, mantienen una auténtica batalla contra él para impedir su eventual retorno a la Casa Blanca en las próximas elecciones presidenciales de noviembre de 2024. Esa acusación estuvo muy presente en las filas de Trump durante su mandato presidencial alcanzando su punto culminante durante el escrutinio de la noche electoral que llevaría el 5 de enero de 2021 a la ocupación del Capitolio para impedir la validación del resultado invocando un fraude electoral en su contra. Ahora ya ha anunciado su voluntad de comparecer a las primarias del partido republicano para ser reelegido como su candidato por los estadounidenses, y las noticias de los sondeos apuntan a una real posibilidad de que lo pueda conseguir. A ello contribuye tanto la caída en la valoración general de Joe Biden como el hundimiento de la potencial candidata prevista para sucederle, la vicepresidenta Kamala Harris. Tras el despliegue del FBI irrumpiendo en su mansión privada de Florida en busca de documentos clasificados que presuntamente se habría llevado ilegalmente de la Casa Blanca, esas tesis apuntaron a una maniobra para apartarle de la carrera electoral. Ahora, el episodio de la actriz porno a la que acusan habría sobornado para que callara sobre una relación mantenida en 2016 durante su victoriosa campaña presidencial, ha redoblado las teorías acerca de ese «deep state». Y no es el guion de una serie de política ficción. Aunque lo parezca.
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