Editorial

Una política exterior que roza lo patético

De la obra de España en América hablan con elocuencia los paisajes urbanos y rurales, la arquitectura, el urbanismo, la topografía, la gastronomía, el folclore, las costumbres y la cosmogonía, en definitiva, de las gentes del común

Entrar en porfías con la izquierda populista mexicana a cuenta del descubrimiento, conquista y civilización de América no deja de ser una pérdida de tiempo y un ejercicio baldío del que la mayoría de los españoles vienen huyendo, entre otras razones, porque las relaciones culturales, económicas e, incluso, sentimentales entre los ciudadanos de ambas orillas de Atlántico hispánico superan las maniobras políticas de quienes buscan en el agravio exterior la justificación de sus fracasos. Nada más sencillo para explicar la labor de la España actual en América que hacer un repaso de los programas de asistencia, ayuda y colaboración de nuestras instituciones y otras organizaciones no gubernamentales, muchas de la Iglesia, en las comunidades indígenas que, como es el caso de México, merecerían una atención más contemporánea que la retórica inflamada de unos gobernantes que ni siquiera pueden garantizar el acceso a la Justicia y la seguridad de su gente. Pero, claro, para ello tendríamos que disponer en España de un Ministerio de Asuntos Exteriores digno de ese nombre y, sobre todo, dirigido por alguien que no fuera José Manuel Albares, cuya intervención obsequiosa hacia la presidenta de México, una «indígena» de larga heráldica, como indica su nombre, Claudia Sheinbaum, no sólo peca de gratuita, sino que roza lo patético. Cuando en el Cuerpo Diplomático español se denunciaba la arbitrariedad y la falta de pericia profesional del titular de una de las Carteras más importantes no podíamos creer que se llegara hasta el extremo de desairar al propio Jefe de Estado, vetado por la presidencia mexicana por no plegarse al discurso indigenista «woke» que chapotea en la leyenda negra. Y, por supuesto, no se pide a nuestros representantes en el Exterior que libren una batalla cultural que corresponde a los historiadores y que, poco a poco, va redescubriendo la realidad de un encuentro de civilizaciones fuera de cualquier parámetro entre dos mundos muy distintos, pero con las mismas pulsiones humanas que cualquiera de las comunidades que han habitado la tierra, pero sí que rechacen con la misma firmeza educada de Su Majestad los insultos pueriles a la nación y las exigencias de disculpas de quienes utilizan el pasado desde la manipulación más grosera para unos objetivos políticos de rabiosa actualidad. Además, de la obra de España en América hablan con elocuencia los paisajes urbanos y rurales, la arquitectura, el urbanismo, la topografía, la gastronomía, el folclore, las costumbres y la cosmogonía, en definitiva, de las gentes del común, ese conjunto vital que, como señaló Isabel Díaz Ayuso, hace que un americano en España y un español en América siempre lleguen a sentirse como en casa. Lástima que el ministro Albares esté más atento en agradar a populistas de izquierdas con mala baba que en defender el prestigio de España.