Tribuna
En política el insulto no debe admitirse
Ejemplos de insultantes e insultados hay extensa variedad, pero lo fundamental es exigir templanza y educación
El rey Alfonso X decía una bella frase, que hay que utilizar el lenguaje siempre «con primor». Los dirigentes políticos deben expresarse con la máxima corrección, tienen que ser ejemplo para todos los ciudadanos Se les exige «templanza», palabra que suena anticuada pero refleja la armonía interior.
Nadie sabe quién inventó las palabras. Algunos se lo atribuyen a Cadmo, hijo del rey de Fenicia que las introdujo en Grecia donde Hermes era el dios que tenía como misión enviar los mensajes de una ciudad a otra, de ahí se deriva la hermenéutica que estudiaron algunos filósofos tan importantes como Gadamer que fue profesor de Ortega y Gasset. Sin duda, las palabras son el vehículo de transmisión del pensamiento de los seres humanos.
En la actualidad se advierte que existen diferencias entre el lenguaje común y el que utilizan los políticos y los profesionales, médicos, juristas, ingenieros, matemáticos. Puede parecer que tienen un comportamiento deliberado para preservar el sacrosanto secreto de su profesión, reservándose un reducto para que no puedan acceder los ajenos a la materia pero en nuestra relación con los gobernantes es preciso exigir que se expresen con el máximo respeto, con claridad, sin insultos, ni frases de bajo nivel, poner delicadeza en todas las expresiones.
En España se publicó hace tiempo un manual de estilo de las comunicaciones oficiales por el Instituto Nacional de la Administraciones Públicas. Se suprimieron algunas frases poco inteligibles como «su documentación se encuentra en explotación» que el ciudadano recibía con estupor y no acertaba a entender su significado. Lo más estimable es la claridad. Cuando el texto es oscuro es difícil la interpretación incluso puede empeorar. Fermi, premio Nobel de física de 1938, manifestó su confusión al asistir a la conferencia de un político y le invitaron a otro debate para aclarar los conceptos. El gran físico asistió respondiendo con sarcasmo: «después de haber oído sus nuevas explicaciones sigo igual de confuso pero a un nivel superior».
John Locke defendía que las palabras tienen especial importancia en el mundo jurídico y en el político de tal manera que debe valorarse siempre que el receptor pueda diferenciar lo justo de lo injusto y seguir lo dispuesto de los que ordenan su comportamiento y así debe ser en cualquier ámbito en el que se pretenda dar traslado de nuestros pensamientos y opiniones a los demás. Especialmente debe cuidarse en el ámbito de la política en el que las frases hechas y las repeticiones sin sentido abruman a los ciudadanos. El límite de los insultos lo ha establecido el Tribunal Constitucional al no aceptar las expresiones que atenten contra los derechos humanos.
Actualmente se constata la escasa precisión y nula brillantez de muchos responsables políticos en sus manifestaciones , pero sobre todo debe exigirse un alto grado de respeto que impide utilizar frase despectivas, degradantes o insultos fuera de tono que solo perjudican al que los emite, por mucho ingenio que pretendan derrochar. Se dice que el insulto siempre se ha proferido, desde Cicerón que llamó a Marco Antonio «profanador de la juventud». También atacaron con la palabra Maquiavelo, Voltaire, incluso Karl Schmitt, pero el ideal es la corrección. No hace falta expresarse con la oratoria de un filósofo, pero la elegancia en las expresiones de los representantes de los ciudadanos sería muy estimable.
Se cuenta que Churchill, que siempre aparece en anécdotas y no puede constatarse su veracidad, le dijo a uno de sus oponentes que sería una desgracia si se cayera al Támesis pero que sería desgracia mayor que alguien le rescatara. Se cuenta también que un dramaturgo le invitó a la presentación de su obra con una nota que decía: le invito a la primera representación, si es que la entiende; a lo que contestó con otra nota, iré a la segunda representación, si es que la hay.
Ejemplos de insultantes e insultados hay extensa variedad, pero lo fundamental es exigir templanza, educación y no utilizar insultos ni palabras de desprecio que ataquen al contrario, como se ha señalado recientemente, aunque parezcan ingeniosas o divertidas.
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