El trípode

La «progresista» fiscalidad de Bildu: impuesto revolucionario

Estuvo brillante Cuca Gamarra en la intervención que cerró el debate de investidura de Feijóo, en su réplica al portavoz de Bildu que incluso se atrevió a hablar de derechos humanos y descalificar al PP por su pactos con la «ultraderecha»

Estuvo brillante Cuca Gamarra en la intervención que cerró el debate de investidura de Feijóo, en su réplica al portavoz de Bildu que incluso se atrevió a hablar de derechos humanos y descalificar al PP por su pactos con la «ultraderecha». Al referirse a sus políticas, que van a ser integradas en las del «progresista» Gobierno sanchista, y aludiendo a la «progresiva política fiscal» de Bildu, le espetó algo que era muy conocido y padecido por todos los vascos y españoles: «El impuesto revolucionario». Merece un titular, sin duda. No sorprende que tras escuchar las intervenciones –en catalán, euskera y gallego– de nacionalistas identitarios y secesionistas ubicados políticamente en las antípodas de la igualdad y la solidaridad entre los españoles, con los que se niegan a seguir conviviendo, Sánchez permaneciera mudo en su escaño, sin atreverse a abrir la boca. Da vergüenza que se atreva a calificar de «progresista» un Gobierno con esos socios y aliados; es un insulto a la inteligencia, además de serlo a todos los españoles. Como es lamentable que tengan que debatir provistos de pinganillos con traducción simultánea a la lengua compartida por todos, que es la «lengua española oficial del Estado» y con la que se comunican con absoluta normalidad todas Sus Señorías en los pasillos y en la cafetería del Congreso. Y en la calle; eso sí, pagando el festival los contribuyentes españoles. Es ridículo y grotesco, además de ser una regulación inconstitucional, que el PP debe recurrir al TC, además de derogarla tan pronto disponga de los votos necesarios para ello.

Es un pago por adelantado de Sánchez a sus progresistas socios, cuyo objetivo declarado y reiterado es irse de España. El sanchismo ha atravesado cuantos límites establece la dignidad y el valor a la palabra dada.

Estar dispuesto a «gobernar» gracias a los votos de Otegi y Puigdemont supera todo lo imaginable en un país con una sociedad civilizada, desarrollada y con autoestima. Con un pago a cuenta como el espectáculo montado en el plurinacional Congreso, es mejor no imaginar la España que el autócrata dejará tras de sí. Con la mentira convertida en un mero «cambio de opinión» y la palabra dada arrastrada por el fango del deshonor, su memoria (histórica muy democrática) en nuestra Historia, no será previsiblemente la que él desearía. Jamás podían imaginar los separatistas que ellos un día tendrían la oportunidad de decidir el Gobierno de la Nación y el Estado que quieren destruir. Sánchez ya solo engaña a los que se dejan engañar. Sobre todo, a los que carecen de palabra y principios.