La situación

Puigdemont: nada en absoluto

«Solo pretende provocar ruido en el Parlamento, para que eso derive en ruido en los medios»

Se cumple mes y medio del día en el que Carles Puigdemont se hizo presente en Bruselas para mostrar su musculatura política, consistente en siete escaños del Congreso que fueron imprescindibles para que Pedro Sánchez resultara investido presidente del Gobierno: exigió una cuestión de confianza. En vano. Con el paso de los meses, Puigdemont se ha sentido en la necesidad de hacerse notar, lanzando avisos y amenazas, con la peculiaridad de que siempre lo hace en vacío, porque nunca pasa nada.

En ocasiones, Puigdemont engaña a Feijóo haciéndole ganar alguna votación para que crea que quizá, acaso, quién sabe, tal vez un día Junts haga presidente al líder del PP. Es otra pantomima: solo pretende provocar ruido en el Parlamento, para que eso derive en ruido en los medios. Puigdemont es como una mosca: molesta, pero no pica.

Pedro Sánchez puede estar tranquilo en su cargo, porque su amigo independentista con residencia en Waterloo tiene la misma condición que Churchill encontró en Lord Arthur Balfour, primer ministro británico a principios del siglo XX: «si el objetivo –ironizó Churchill– es que no se haga nada en absoluto, Balfour es la persona para el cargo».

Puigdemont, en línea con Balfour, está atrapado en la maraña política que Sánchez tendió a su alrededor en 2023: le entregó una amnistía cuya aplicación no dependía de Moncloa, sino de los jueces; y le prometió que se hablaría catalán en las instituciones europeas, cuando eso no dependía de Moncloa, sino de Bruselas. Como consecuencia, ni la amnistía se le ha aplicado por completo, ni se habla catalán en las instituciones comunitarias.

Sánchez juguetea con Puigdemont, conocedor de que el futuro del prófugo está más en manos del presidente del Gobierno, que el futuro del presidente del Gobierno en manos de Puigdemont. Porque los siete diputados de Junts solo aparentar servir de algo mientras haya legislatura. Si Sánchez disolviera las cámaras, Puigdemont volvería a ser lo que era antes de que Sánchez resucitara al prófugo tras las elecciones de 2023: un político amortizado, expatriado y sin escaño; la nada con sifón, que se decía en los tiempos de La Codorniz.