El canto del cuco
Regreso al paraíso
Todo parece previsible. El viajero de paso concluirá que el reloj de la España vaciada sigue parado
He vuelto a Soria, como siempre por estas fechas, que aún tienen algo de sagradas. Esta vez no subiré a las Tierras Altas, no traspasaré el puerto de Oncala, desde el que se vislumbra Sarnago, al pie de la Alcarama, acurrucado en la ladera. No tengo ánimo para acercarme. La iglesia está derrumbada, desmochada en lo alto del caserío, y mi casa se está cayendo a pedazos. Me quedo en El Valle, al pie de la Cebollera, como acostumbro en Semana Santa. Aún queda nieve en los Picos de Urbión y se ve blanca la cumbre del Moncayo. En estos primeros días de abril hemos sentido el último cordonazo del invierno, algo también previsible en estas soledades.
El monte sigue muerto, el robledal no ha movido aún. El largo invierno, tras el breve paréntesis de primavera adelantada, mantiene sus últimas posiciones. Aún no han brotado las violetas, aunque no tardarán. Es un paisaje triste, oscuro, como el rostro del Cristo el Viernes Santo. Pronto recobrará todo vida y volverá a brillar, esplendoroso, el verdor en los prados. Ahora basta con esta paz y este silencio, difícil de encontrar en otros sitios. Les diré que apenas quedan ya vacas en la tierra de la mantequilla, conocida como la «Suiza soriana». De año en año disminuyen los vecinos, que compensamos estos días los llegados de fuera. También se ven menos pájaros. Casi no hay gorriones y aún no han venido las golondrinas, encargadas desde antiguo, como se sabe, de quitar las espinas de la frente del Crucificado. Sólo las cigüeñas mantienen su fidelidad con puntualidad milenaria, aunque este año las obras en el tejado de la iglesia han arrojado su viejo nido al suelo.
No hay muchas más novedades. Todo parece previsible. El viajero de paso concluirá que el reloj de la España vaciada sigue parado. Los mismos ritos en la iglesia, la misma comida «de vigilia», la limonada de todos los años en el bar, el mismo frutero de Aguilar que aparca su camioneta el sábado junto a la fuente… Y la noche del sábado de gloria los mozos colgarán, como siempre, al Judas de trapo en el castaño de la entrada sobre la carretera… Pero para este cronista hay dos novedades importantes este año: ha cerrado la legendaria panadería del Pablo, heredada de padres a hijos; y, como contraste, mi hija Sara y Ramón, su marido, han comprado una casa en el pueblo, la han arreglado y acaban de trasladarse a vivir allí, donde Lope, mi nieto, acaba de cumplir un año. ¡Lo hemos celebrado! Es como volver al paraíso perdido.
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