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Retórica ministerial

¿Por qué las insistentes declaraciones de nuestros ministros, en los medios de comunicación, tiene siempre últimamente aire de baratija?

Recordarán que la semana pasada me pareció buena idea dedicar el ocio del mes de agosto a profundizar en el extravagante enigma de la rijosa retórica en tuiter de nuestro ministro de Transportes. He de reconocer que bucear en ese insondable océano de desplantes desabridos, salidas de pata de banco sin pertinencia alguna y reivindicaciones personales fuera de registro, es una tarea titánica, imposible para las energías de un ser humano medio. Examinada someramente su colección de estrafalarias afirmaciones en los últimos tiempos, he llegado a la conclusión de que analizar una retórica patógena de tales dimensiones requeriría más bien decenas de meses y el concurso de algún especialista en tal tipo de materia prima, como el eminente doctor Arsuaga.

Aunque me excede profundizar en ese vasto océano de rijosidad, el leve examen superficial de los mensajes me ha hecho aflorar automáticamente una pregunta que creo puede extenderse a todo el gobierno: ¿Por qué las insistentes declaraciones de nuestros ministros, en los medios de comunicación, tiene siempre últimamente aire de baratija?

Todos conocemos el clásico fenómeno de que, cuando la oferta supera la demanda, se abarata automáticamente el precio. Los portavoces gubernamentales existen para evitar precisamente tales desperfectos. Su función es que los ministros no se quemen e intentar transmitir un mensaje único y coherente. La táctica comunicativa de este gobierno es ineficiente, sacando infantilmente a sus ministros en tromba, cada vez que pasa algo, a pasearse por los medios con las más altisonantes ocurrencias. La sensación que provocan en la población es que todo ese tiempo que los ministros malgastan -hablando en los medios o tecleando compulsivamente eslóganes en las redes- es un tiempo que no dedican a la gestión.

Siempre, por descontado, partiendo del muy generoso supuesto de que en realidad tengan la menor idea de cómo llevar esa gestión a cabo.