A pesar del...

Reyes Católicos reales

España, iba a extenderse en el Mediterráneo y mucho más allá, hacia un nuevo continente, en aventuras que impulsaron los reyes de Castilla y Aragón

Mel Gibson quiso enseñarle la película «La pasión de Cristo» a Juan Pablo II. El Papa la vio y dijo: «Así fue». Una sensación parecida asalta al lector del libro de César Cervera Moreno, Los Reyes Católicos y sus locuras, que publica La Esfera de los Libros.

No es un tratado académico, pero sí un buen texto divulgativo, que subraya la acción humana, acertada, cruel o insensata, más que solemnes inevitabilidades históricas: «Fernando compartía con su esposa Isabel que ninguno de los dos estaba llamado por derecho de nacimiento a reinar en su casa. En ambos casos fue necesario que intermediara la muerte, en ocasiones nada natural, para allanarles el camino».

El acierto de Cervera es brindar unas interesantes biografías de ambos monarcas e insertarlas en la convulsa historia política, religiosa y bélica de la España y la Europa de entonces, una Europa que iba a cambiar profundamente. En ese cambio cumplió un papel protagonista España, que iba a extenderse en el Mediterráneo y mucho más allá, hacia un nuevo continente, en aventuras que impulsaron los reyes de Castilla y Aragón.

Muy interesados en su poder, que buscaron y defendieron sin cesar y sin ambages, Isabel y Fernando fueron también reyes «viajeros y cercanos», que el pueblo apreció.

Sin caer en leyendas negras, e intentando un balance personal y político de los Reyes Católicos, concluye Cervera que fueron reyes que «dejaron a España y a la Europa cristiana, que llevaba un siglo acumulando moratones contra los musulmanes, en una posición privilegiada para encarar la Edad Moderna, pero también unos seres humanos con una inmensa cantidad de errores, pecados y tareas pendientes sobre su conciencia. No pudieron ni quisieron ser santos modélicos, ni tampoco demonios sedientos de sangre».

Por deformación profesional, me gustaron sus comentarios económicos, como el señalar que no fue cierto «que la dependencia de productos manufacturados condenase a España al subdesarrollo», gracias a las dinámicas exportaciones de lana, «el único producto español que se cotizó en la Bolsa de Ámsterdam y el que remitió más divisas al reino».

Así fue, en efecto, y un admirado Adam Smith les contaba a sus alumnos de Glasgow a mediados del siglo XVIII que la reina Isabel había sido la primera mujer en Inglaterra que usó finas medias de punto, porque se las regaló un embajador de España.