Con su permiso

Y si los Reyes Magos...

Únicamente una intervención divina o milagrosa podrá conseguir semejante logro para el consumidor: los distribuidores rechazando marcas que suban en demasía sus precios

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IlustraciónPlatónLa Razón

¿Y si todos los supermercados hicieran lo mismo? Ovidio se prepara para ir a la compra cuando escucha, sorprendido, que Carrefour va a retirar de sus lineales productos de una marca de bebidas gaseosas que comercializa también otros productos de alimentación, porque ha subido demasiado sus precios. O sea, le dice al proveedor que con él no cuente para engordar el precio de la cesta de la compra. Parece, además, que no es la primera vez que toma una decisión así. Ya lo hizo en otra ocasión con marcas que se habían ido demasiado lejos en el afine al alza de sus precios.

Le suena bien. Realmente, Ovidio piensa que es una buena decisión. Sin duda, fruto de un inteligente planteamiento de márquetin, como cuando aquella marca de agua, también francesa, informó públicamente que retiraba todo el producto a la venta porque se había detectado una partida que se había contaminado con benceno. Lo sacaron del circuito y volvieron a empezar. Nuevas unidades con etiquetas nuevas y compromiso de salud, y consiguieron aumentar sus ventas. El bache, el descuido, sirvió para ejercer la transparencia y mostrar esa suerte de humana cercanía que siempre agradece el consumidor. Y eso que fue allá por los años 90 del siglo pasado, cuando lo de la reputación y el prestigio de marca no era considerado tan valioso como lo es hoy. En este 2024, en que la transparencia, como la sostenibilidad o una cierta idea de inquietud social son considerados valores fundamentales de cualquier empresa, tiene aún más sentido mostrarse abierto y con reflejos.

Se pregunta Ovidio si no podrían ponerse de acuerdo las distribuidoras para actuar así de manera general y coordinada ante situaciones de subida de precios más allá de lo razonable. Sería una manera novedosa y probablemente muy eficaz de poner tope a los precios. En lugar de que, como defendió y supone Ovidio que sigue defendiendo el ala izquierda del Gobierno (que son otros, pero piensan parecido) sea la autoridad gubernativa quien limite las subidas, que lo hagan los propios distribuidores por la vía de cerrar puertas a las marcas que se pasen.

A ver, la Ley de Defensa de la Competencia prohíbe expresamente «todo acuerdo, decisión o recomendación colectiva, o práctica concertada o conscientemente paralela que produzca o pueda producir el efecto de impedir, restringir o falsear la competencia en los mercados», pero ¿y si se trata de beneficiar a la colectividad, a los usuarios, incluso a la política económica contribuyendo a ajustar los precios? No sería tanto limitar la competencia o acabar con ella, como instaurar prácticas comerciales que mejorasen la situación de todos. Se sigue compitiendo, pero se deja fuera de juego a los abusones, como hacíamos de niños en los partidos de fútbol del barrio para corregir los desequilibrios o mantener la paz.

Complicado, se responde también Ovidio. Siempre podrán acudir las marcas afectadas al recurso legal, al amparo, por considerarse perjudicadas por una decisión de ese tipo, sea individual o colectiva.

Lo que le sorprende es que no se hable más de eso. Que sigamos en el patio de lo público alimentando debates sobre la piñata del odio o la ocurrencia de ilegalizar partidos que sugiere el PP, o la chulería arrabalera del concejal de Vox que en Madrid desafía a sus compañeros y a la decencia democrática, o hasta lo de la reparternidad del cantante andaluz, que dice que ayudará lo que haga falta a la madre pero que él ya no está para esto de alumbrar y cuidar (como si el embarazo fuera solo cosa de ella).

Cosas todas ellas que están muy bien, que llenan huecos y espacios, arman debates y disputas, pero quizá se alejen de esa calle en la que se sustancia la rutina del día a día en la que la mayoría de los ciudadanos estamos. Nos preocupan los precios, el trabajo, la precariedad, nuestros hijos, la pobreza, la violencia, la guerra, la forma de resolver el día a día.

Por eso, el que alguien se preocupe de verdad de solucionar o amortiguar al menos alguno de estos problemas es siempre bienvenido. Aún con la sospecha de que la decisión pueda ser más comercial que solidaria, más marquetiniana que social. Da igual: un gigante de la distribución, una marca que nos vende productos que necesitamos y que cada vez están más caros, toma una decisión que nos beneficia como consumidores.

Así lo ve Ovidio, y por eso lo agradece. Y esa es también la razón por la cual le invade esa ensoñación de que la decisión individual de Carrefour pudiera ser seguida por los demás grupos, aún a riesgo de entrar en el delicado límite de las leyes de competencia.

Únicamente una intervención divina o milagrosa podrá conseguir semejante logro para el consumidor: los distribuidores rechazando marcas que suban en demasía sus precios.

A ver si hay suerte y esta columna le llega hoy a los Reyes Magos como petición de regalo imposible.