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Sánchez tiene la culpa, pero la culpa también es nuestra

Su gran reproche es a los ciudadanos porque «exigimos lo imposible y censuramos que la política no nos lo dé, sin pensar en el coste ni en la sensatez de nuestras demandas»

Sir Paul Collier, inglés, defiende que «debemos aprender que, si votas a idiotas, pagas las consecuencias». Está especializado en pobreza, fragilidad estatal y en los problemas económicos y políticos de los países de renta baja. Es profesor en Oxford, fue director de investigación del Banco Mundial y, en «The Bottom Billion», una de sus obras más influyentes, analiza por qué 60 países pobres quedan atrapados en «trampas» de conflicto, mala gobernanza, dependencia de recursos y aislamiento. Benito Arruñada es catedrático de la Universidad Pompeu Fabra, profesor de la Barcelona School of Economics y además investigador de Fedea, el pensadero –think tank– más influyente del país. Acaba de publicar un libro riguroso, valiente y provocador, que saca los colores a la izquierda, «a lo que llaman el sanchismo» y a la derecha, pero también a los ciudadanos. Titulado «La culpa es nuestra», el subtítulo reza: «Cómo las preferencias ciudadanas frenan las reformas en España». Fernando Savater lo resume así: «Este libro analiza por qué exigimos al Estado lo que nos frustra y luego lo culpamos por dárnoslos».

Arruñada critica a este Gobierno –«el sanchismo tiene mucho de esperpento»–, pero también a los anteriores y a la oposición. No obstante, su gran reproche es a los ciudadanos porque «exigimos lo imposible y censuramos que la política no nos lo dé, sin pensar en el coste ni en la sensatez de nuestras demandas». El catedrático es contundente: «La política –escribe– solo nos devuelve nuestra propia imagen. Muchos de nuestros males colectivos –derroche presupuestario, rigidez laboral, quiebra de las pensiones o la carestía de la vivienda– no proceden solo del egoísmo o incompetencia de una élite complaciente, sino de la fidelidad con que los gobiernos, de cualquier signo, traducen lo esencial de nuestras preferencias». Se queja de la denuncia reiterada de la «corrupción de las élites sin mencionar nunca la corrupción de las masas y menos la de los intelectuales», guiño crítico a Ortega, a quien reprocha su desprecio por la industria y que abusara de la palingenesia semántica, como los consultores actuales. Arruñada cree que «cambiar de líder o de partido sirve para poco si se mantienen intactos sus incentivos y las preferencias ciudadanas que deben satisfacer». Por eso pide «desconfiar más del voto gregario que de la abstención ignorante» y lamenta la mayor «ignorancia racional» e «irracionalidad sistémica» de los españoles. Una lectura necesaria que elude, pero deja implícito, el voto a los idiotas o el voto idiota de que habla Collier.