Aquí estamos de paso

Semana Negra

La Semana Negra de Gijón es ya una de las citas más sobresalientes del verano cultural en el ruedo ibérico

Gijón es la Asturias que mira al mar dejándose mojar los pies con la suavidad de las mareas leves. El mar nunca es del todo leve, pero aún irritado o tempestuoso, se muestra franco y sabe dar lo mejor que tiene en la ciudad que lo mira de frente.

Muy cerca de la playa de Poniente, se levantan cada año las carpas blancas de la Semana Negra. Se cuece allí por estas fechas un guiso natural e imprescindible de literaturas que nació como refugio de los oficiantes de lo policiaco y hoy acoge y engrandece muchas otras voces escritas, y músicas, y cómic y diálogos; que se despliega con la temperatura perfecta «para ver pasar el tiempo» que diría el asturiano Miguel Munárriz, y así hablar «un poco de literatura y un mucho de bueyes y de días perdidos» según hubiera entendido Antonio Moyano citado por aquél en su imprescindible «Empeñados en ser felices».

Hoy está al frente de la Semana el escritor mierense (paisano de Víctor Manuel o el Padre Ángel, que no es poca cosa) Miguel Barrero, empeñado él en que las carpas blancas de la Semana Negra, levantadas en territorio de lo que fue industria y progreso en el pasado, crezcan en su carácter de eco cultural multicolor y sello del Principado para el mundo; marca Asturias de primera clase, vamos.

Va a hacer cuarenta años que Juan Cueto, Silverio Cañada y Paco Abril se inventaron la Semana para hablar en público de novela policíaca y aderezar la cosa popular con actuaciones y conciertos en directo. Paco Ignacio Taibo fue el primer director de este encuentro que ha pasado de cerca de 80.000 visitantes y asistentes el primer año, lo cual no estaba nada mal para empezar, a más de un millón en los siete días de las últimas ediciones. Allí han leído sus poemas Ángel González, Luis García Montero o el mismo Sabina, y han cantado Los Lobos o, este año, Pancho Varona.

Los ecos de la Semana se extienden mucho más allá de los reducidos límites de las carpas, y es ya una de las citas más sobresalientes del verano cultural en el ruedo ibérico. Me atrevería a decir, acaso equivocadamente, pero no creo, que más allá incluso de la percepción que quienes despliegan este lujo de encuentro con y sobre la vida tienen de sí mismos y su trabajo.

Llueve en Gijón cuando estas líneas recorren la página en blanco. Como el mar, la lluvia siempre es una presencia inminente y cercana aquí. A veces incluso más inclemente que el propio océano.

Bajo los soportales de Marqués de San Esteban pasa fugaz e inesperado Miguel Barrero refugiado en un paraguas amarillo. Va camino de las carpas que abrigan su Semana. Le imagino inquieto, algo preocupado por cómo el tiempo puede desanimar a parte del público.

Pero si moja la Semana, no la altera, ni deteriora. La lluvia aquí, como el mar, es parte de la identidad y forma el carácter.

Siguen Gijón y su semana emitiendo con fuerza el mensaje de que en medio de las turbulencias y sobresaltos de la política, por encima de las crisis del dinero y la salud, sobre toda incertidumbre del tiempo extraño que nos toca, hay un lugar donde cada año se mima y expande la cultura que es la vida y cuya influencia crece y sigue haciéndolo, por muy notables méritos propios.