Opinión

El socialista de Wall Street

El triunfo del joven Mamdani no es un milagro, sino un símbolo

El Nueva York de Frank Sinatra implosiona: sí, el del blanco ojiazul protestante, el NY que no pedía permiso porque podía hacerlo todo "A su manera", el que no miraba el retrovisor de la ética ni de la estética (Por cierto, My way es la canción más narcisística e impertinente de la historia musical).

¡Boom! El nuevo alcalde de la ciudad se llama Zohran Kwame Mamdani, nació en Uganda, es musulmán y se declara socialista. Es decir: el centro financiero del planeta, la meca del rico de comic, acaba de ser conquistado por un tipo que representa todo lo que el sistema había considerado anómalo. Un hijo de inmigrantes del Tercer Mundo gobernando la mejor plaza del Primero. La dinámica es tan perfecta que parece escrita por un algoritmo de Netflix: diversidad, redención y giro de guion. Un Queen’s Gambit, pero con impuestos.

El triunfo del joven Mamdani no es un milagro, sino un símbolo. Nueva York, esa ciudad que vendió al mundo el sueño del capitalismo, ya no cree en él. Está agotada: por los alquileres, por el metro, por el precio del café con leche de avena pero sobre todo aburrida de su relato. La generación que lo ha votado no quiere ser rica; como dijo Karl Lagerfeld en una de sus ocurrencias más visionarias: "ser rico es fabuloso pero no parecerlo". En efecto, en el siglo XXI parecerlo es hortera. Por no hablar de que los habitantes de la gran manzana quieren poder pagar la calefacción.

En ese contexto, el nuevo alcalde no es una revolución: es una tendencia. Un acto de fe doméstico, casi poético, de una juventud que no odia el mercado, pero se considera por encima de él.

Zohran Mamdani, el joven legislador emplazado a dirigir el giro progresista de Nueva York
Zohran Mamdani, el joven legislador emplazado a dirigir el giro progresista de Nueva YorkAngel ColmenaresAgencia EFE

Que un socialista gobierne Manhattan es, sin embargo, más performático que programa, una disidencia con permiso. Su misión no será destruir el privilegio, sino recordarle que hay mucha gente fuera de su club. Es la versión woke del Che Guevara con traje slim fit y cuenta de X. Dudo que consiga grandes cambios, pero el solo hecho de verlo jurar su cargo entre rascacielos que valen más que su país natal es un estruendo gozoso y poscolonial.

Que nadie se asuste, esto no es el fin del establishment, es su sofisticación. El capitalismo no cae, se actualiza, recicla y cambia de estilismo. Nueva York se permite el lujo de parecer humanista donde Mamdani es la versión eco-friendly del dólar, mediático, perfectamente compatible con la Bolsa. Un socialista con una gorra de Wall Street, justicia social mientras las rentas suben como el Dow Jones.

A mí me gusta y me divierte la campaña pero Nueva York, la ciudad del gender fluid y el feminismo en neón, nunca ha tenido una alcaldesa. Ni una. Ni negra, ni blanca, ni latina. Cien hombres, cero mujeres. Es fascinante: inventaron el brunch, la libertad sexual y el arte contemporáneo, pero si Mamdani fuera una madre de Tijuana, la historia sería otra: demasiado subversivo incluso para la ciudad que vendió el empoderamiento en formato tote bag.

Por ahora, aplaudamos: un alcalde de 34 años, exótico, amable, que encarna la belleza de lo inútil y reescribe la historia de sus gentes tras las Torres gemelas. Mamdani cruza la ciudad en metro mientras los analistas calculan su "riesgo" y los traders vigilan sus discursos como si fueran variaciones del Nasdaq.

Quizá Mamdani no logre tumbar la Bolsa ni escribir un manifiesto, pero su llegada ya es más que estadística o postureo. Es esa grieta por donde la ciudad -esa ciudad irresistible, cruel, mutante- sigue colándose hacia el futuro del mundo.

Apuesto a que Manhattan seguirá siendo Manhattan, con sus brokers y sus ascensores dorados At Decó, supongo que los poderosos reciclan disidencias porque sabe venderlas. Pero hoy en la alcaldía hay un apellido imposible de pronunciar para los que no han salido de Park Avenue.