Editorial
Una solidaridad desbordante y heroica
En las horas más oscuras emerge lo mejor y lo peor de la condición humana. En el caso de nuestros compatriotas, de los ciudadanos de Valencia, especialmente, cuesta encontrar las palabras que definan como se merece la respuesta a la destrucción y a la muerte
Las escenas se repiten en una suerte de bucle melancólico que nos estremece, pero que también nos reconforta y reconcilia. Abren los informativos nacionales, llenan las páginas de los periódicos, y se realza como un hito extraordinario en los medios de comunicación del mundo, en los que desgraciadamente la hecatombe natural en España llena espacios y horas. La respuesta de la sociedad civil en esta zona cero del infierno ha alcanzado cotas que se encuentran al alcance de pocos pueblos. En las horas más oscuras emerge lo mejor y lo peor de la condición humana. En el caso de nuestros compatriotas, de los ciudadanos de Valencia, especialmente, cuesta encontrar las palabras que definan como se merece la respuesta a la destrucción y a la muerte. No ha sido un paso al frente por la vida, sino decenas, centenares, con arrojo, coraje y entrega por el vecino, el desamparado, por ese otro que podría haber sido yo. Por uno de los nuestros. Por todos. Cuando en los instantes más críticos la desesperación ahogaba el ánimo, una persona anónima tendió la mano en tantas batallas como la vida está ganando a la muerte en las regiones devastadas. Aún sin servicios de socorro y salvamento, sin los profesionales que hoy al fin se cuentan por miles, puede que decenas de miles en las calles, cuatro días después de la Dana, el auxilio se precipitó en circunstancias que nos descubrieron decenas, centenares de héroes desconocidos. Todos ellos se han echado a la calle en procesiones interminables de rostros afligidos pero serenos como una red improvisada de abastecimiento y suministros de servicios mínimos. Hoy, esa movilización repentina se ha organizado. El llamamiento del gobierno de la Comunidad Valenciana ha propiciado una imagen para la historia. Miles de personas han llenado la Ciudad de las Artes y las Ciencias de la capital del Turia, el lugar indicado por la Generalitat para distribuir la incesante marea de solidaridad, que ha sido, es y será clave para paliar las consecuencias de la devastación. Dentro de la congoja y la desolación propia de las circunstancias dolorosas, el clima de los voluntarios ha sido de dedicación y compromiso con la tarea hercúlea que hay por delante para ayudar a quienes lo han perdido todo. El pueblo español ha enfrentado y ha superado episodios traumáticos que nos han puesto a prueba durante generaciones con un denominador común. En todos ellos, casi sin excepción, hemos sido capaces de sacar lo mejor de nosotros, la capacidad congénita de ponerse en la piel del otro, del sacrificio desinteresado y altruista para echar manos y entregarse al máximo. A esa ejemplaridad ciudadana se ha sumado, y es justo siquiera mencionarlo, aunque tiempo y espacio habrá de ahondar en ello, el trabajo abnegado de los profesionales de los distintos cuerpos civiles, policiales y militares que combaten la catástrofe. Todos ellos provocan orgullo y emoción de país con un alma colectiva. Todos ellos dejan en evidencia a los políticos mezquinos que aún hoy escarban en el drama con desapego entre tanto padecimiento.
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