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Soluciones

El odio hispánico al oponente contiene mucho de amor truncado. Se odia lo que, de algún modo, un día se amó, deseó o envidió, pero también se odia lo que es opuesto a la naturaleza del odiador

En otros países democráticos –Alemania es ejemplo recurrente–, se dan «grandes coaliciones» de gobierno entre rivales políticos porque les importa su nación más que sus intereses partidarios. Con tales alianzas, asumen que sufrirán al tiempo un desgaste político, aunque saben que ese deterioro sería igualmente inevitable: lo padece cualquiera que ejerza el poder. Ese escenario de alianza entre dos grandes rivales es imposible aquí porque el juego político tiene otro fundamento, una cimentación lograda básicamente en la historia contemporánea: el odio. El odio hispánico al oponente contiene mucho de amor truncado. Se odia lo que, de algún modo, un día se amó, deseó o envidió, pero también se odia lo que es opuesto a la naturaleza del odiador. Quien piensa que sus contrincantes políticos van a venir a arrebatarle «derechos», siente odio mezclado con un miedo que hunde sus raíces en la noche más oscura de la historia reciente española: la Guerra Civil, que en sus previos y postreros escenarios alumbró hechos espeluznantes nunca superados, pues entre otras cosas alimentar el rencor debido al pasado ha sido uno de los medios más eficaces de los que se ha dispuesto, ya en democracia, para disputar propagandísticamente el poderío parlamentario. Señalar al oponente, denunciarse entre rivales acusándose de tener las mismas condiciones criminógenas que sus antecesores exhibieron durante la cruel contienda «entre hermanos» que fue la Guerra Civil española, ha sido y continúa siéndolo, absolutamente eficaz a la hora de des/calificar al otro. «Fascista, chequista, etc.» son todavía acusaciones que funcionan y hieren, que están incrustadas en el imaginario popular como algo vivo, latente, dañino. Así que, llegar a una «gran coalición» entre PSOE y PP para acordar y solucionar los grandes problemas que tiene el Estado, poniendo a España por encima de los intereses personales y partidarios de esas dos grandes formaciones, será la única respuesta válida, inteligente y honrada a la actual y enloquecida situación que tenemos, pero también la única salida que no tomarán los políticos actuales, herederos naturales de la arraigada tradición de indignidad que nos malgobierna desde hace tanto.