
El buen salvaje
El suicidio de España y de Hispanoamérica
Los españoles nos enseñamos a odiarnos a nosotros mismos, y, si nos maltratan, algo habremos hecho
La leyenda negra no vive académicamente sus mejores días, pero hace tanto ruido que resucita de cuando en cuando. El pasado viernes Albares hizo el boca a boca a la presidenta mexicana Sheinbaum, populista de pelo tirante en cabeza fría, y reconoció el «dolor» causado por España hace quinientos años. El ministro entró en el coche de «Regreso al futuro» por imperativo diplomático con la melena aturdida del profesor «Doc» Brown. El nueve de octubre Trump celebró el Día de Colón ya que algunas ciudades lo habían sustituido por el Día de los Pueblos Indígenas, subrayó que fue un «gigante de la civilización occidental» y felicitó por ello... a los italianos. Ese es el fracaso y el destino de España, una corona que acaba en un vertedero mientras triunfa la bisutería.
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Hubo un tiempo en que el personal se tragaba lo que veía en las películas, como «La Misión», con aquella embrujada y machacona banda sonora, o «Aguirre o la cólera de Dios» en la que un loco con cara de loco simbolizaba la codicia de unos conquistadores que se tragaban las almas de los niños. Nada se supo en este terreno de los corazones que comían los imperios de América. Amedrentaban a cientos de miles de indígenas, como todos los imperios, hasta que fueron sustituidos por otro. Mel Gibson lo dejó ver en «Apocalypto», pero Gibson es cristiano y la crítica cultural, tratándose de Dios, solo acepta a Rosalía, a Byung-Chun Hal o a alguien que vea al Espíritu Santo después de fumarse un porro. Luego llegaron estudios que refutaban con sólidos argumentos las supercherías políticas compartidas por la flotilla antiespañola comandada por Pablo Iglesias o Ada Colau.
Parte de la decadencia de Hispanoamérica, no mucho después de que sus países decidieron independizarse, fue no creerse a sí mismos. Algo parecido pasó a este lado del mar. Una maldición nos volvió a unir. Las élites echaron la culpa de todos sus males a España, como Sánchez a Franco, hasta acabar en lo que son y somos hoy, pueblos rebosantes de odio y rencor, comandados por políticos sin culpa. Sheinbaum enseña a los mexicanos a odiar a España, la obliga a humillarse a la vez que se arrodilla ante EE UU. Los españoles nos enseñamos a odiarnos a nosotros mismos, y, si nos maltratan, algo habremos hecho. Lo sensato sería que el Gobierno de España enseñara las falsedades de la leyenda negra, pero opta por comprar el estiércol histórico como un buen abono para plantar nuestra cultura por este planeta inmundo.
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