Parresía

Tan lejos, tan cerca

Solo nos queda el ejercicio privado de la solidaridad con esos turcos y sirios devastados

Un terremoto mayúsculo, con un saldo provisional de más de 20.000 muertos, nos ha sacudido el alma y ha empequeñecido cualquier otra cuestión de alcance, incluso la guerra crónica en Ucrania.

Pasarán los días y, con ellos, se desvanecerán las esperanzas de rescatar a más supervivientes. En una semana, equipos de voluntarios procedentes de todos los países tendrán que ir abandonando la zona cero del horror y la tragedia irá olvidándose lentamente, como tantas otras. Duele pensarlo, pero no somos nadie, amigos. Solo nos queda el ejercicio privado de la solidaridad con esos turcos y sirios devastados.

Por lo demás, todo sigue más o menos como lo dejamos la semana pasada. Los dueños de mascotas ya tenemos preparada una ley del bienestar animal, promovida por el PSOE, que supondrá, entre otras cosas, que cumplimentemos un cursillo obligatorio. Mi perrita Nina es la reina de la casa con o sin cursillo, porque impera el sentido común, porque no cabe en la cabeza que alguien la maltrate, porque la queremos. Ocurre en mi familia y en la inmensa mayoría de los hogares. ¿Resulta pertinente que se apruebe, justo ahora, en año electoral, una ley que protege los derechos de los animales? Bienvenida sea, pero digo yo: ya que nos ponemos a legislar, ¿no resultarán más urgentes, en este país, otros menesteres?

Falla la educación de base, resultan inexplicables los casos en aumento de violencia juvenil, de suicidios, de adicciones patológicas al móvil, de agresiones entre menores. Exigirnos, como sociedad, un manual de instrucciones para proteger a la mascota –mientras en los núcleos familiares se disparan los problemas de convivencia y de salud mental– es como pretender que empecemos la casa por el tejado.

Podemos se ha tenido que tragar el orgullo en esta ocasión, plegándose al texto que quería el PSOE, porque la nueva norma no incluye la protección que pretendía la formación morada para los galgos, y veremos si también pierde la batalla del discurso por la ley del solo sí es sí.

Con más de 500 rebajas de condenas a agresores sexuales desde que entró en vigor la medida estrella de Irene Montero, ella –la ministra– sigue sin estar dispuesta a pedir perdón a la sociedad. Si acaso, sugiere que lo haga «el Estado», y en el fondo no le falta razón. El último responsable del fiasco del «sí es sí» es el presidente del Gobierno, que avaló desde un primer momento la ley y que ahora, alertado por la repercusión negativa que pueda producir en las urnas, da marcha atrás con una reforma legal que veremos si acata Podemos y, de paso, arrincona a su ministra de Justicia. ¿Hasta cuándo aguantará unido este Gobierno de coalición? ¿Llegarán a mayo?