
Las correcciones
Thanksgiving en Moscú
El plan de 28 puntos es un mal acuerdo que no evitaría una nueva agresión de Putin (y Xi)
El plan inicial de 28 puntos negociado por Steve Witkoff y Kirill Dmitriev, dos expertos en diplomacia inmobiliaria, es, por encima de todo, un mal acuerdo. Es un mal acuerdo para Ucrania, para Europa y, también para Estados Unidos; que de haberse aprobado en sus términos originales invitaría a Rusia a atacar de nuevo. Y las consecuencias indeseadas de este mal acuerdo no terminarían ahí. Una victoria de Putin en Ucrania alentaría a China a hacer lo mismo en Taiwán. Escuchen, por favor, a los taiwaneses. Por eso los europeos están tratando desesperadamente de reescribirlo junto con el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, y «el fixer in law» Jared Kushner.
Donald Trump impuso un ultimátum al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, para que firmara el acuerdo ayer, jueves 27 de noviembre. De haber sido así, el Día de Acción de Gracias se hubiera convertido en una celebración tanto rusa como estadounidense. Para evitar este escenario de pesadilla, los negociadores están revisando 19 puntos en los que se cree que se puede llegar a un acuerdo técnico, que siente las bases para una paz duradera, y se dejará los aspectos más controvertidos para discutir a un nivel presidencial.
Entre las muchas debilidades del primer borrador está la cesión de territorios y la ambigüedad de garantías de seguridad para Kiev. En el acuerdo provisional se deja fuera la integración futura de Ucrania a la OTAN y a la Unión Europea; tampoco se habla del despliegue de tropas de la Alianza Atlántica en Ucrania, ni siquiera para misiones de entrenamiento. La exigencia de reducir el ejército ucraniano en una cuarta parte, a 600.000 hombres, es tan absurda como disparatada. Los negociadores esperan modificar el tamaño del ejército ucraniano y por lo menos subir la cifra a 800.000 hombres. Los líderes europeos son muy conscientes de que los soldados ucranianos están luchando por la seguridad del viejo continente. También se quiere garantizar que Ucrania pueda seguir recibiendo armas occidentales, vitales para su defensa.
Otra de las cesiones más dolorosas es la retirada ucraniana del Donetsk, no sólo porque es un territorio suyo que todavía controlan, sino porque separa a familias y ciudadanos que quedarían ipso facto bajo control ruso. También escuece (y bastante) la amnistía para los crímenes perpetrados durante la guerra puesto que anularía cualquier esperanza de que Vladimir Putin rinda cuentas algún día por su aventurismo bélico y el secuestro de niños ucranianos.
No gusta tampoco el fondo de inversión estadounidense que debería crearse con los activos rusos congelados, porque, entre otras cosas, la mayoría de estos activos están en Europa. Este vehículo financiero dejaría en el aire el plan de reconstrucción para Ucrania y podría acabar, además, beneficiando a Moscú.
Tras el escalofrío que provocó la primera lectura del plan de Trump, los líderes europeos activaron las negociaciones para revisar el acuerdo sin romper con Estados Unidos. En este ejercicio de diplomacia los europeos tratan de apoyarse en Rubio y en Kushner. El primero porque es el miembro del Gobierno que acumula más experiencia, el segundo por su cercanía al presidente. Trump debe entender que EE UU no puede contener a China sin parar antes los pies a Putin.
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